—Aquí Alfa Bravo a Tango 7, ¿me recibes?— resonó
una voz a través del walkie talkie.
—Tomás déjate de estupideces de las tuyas.—respondió
otra voz con malestar través de la línea.
—¡Qué poco sentido del humor tienes hombre! —resopló
el aludido.
—Es que el rollo militar tuyo ya empieza a cansar, ¿no
podrías tomarte tu trabajo más en serio?
—Solo intento hacer más llevadero este turno de
mierda que nos ha tocado...—se escudó.— Tantas noches seguidas
aburren al más pintado...
—Cómo se nota que eres un crío.— sonrió el
“supuesto Alfa Bravo”.
Eran ya casi seis meses los que Alfredo llevaba de
compañero de turno de noche de Tomás, y aún no se acostumbraba a
sus continuas bromas, aparte de esa forma tan infantil de tomarse el
trabajo. Pese a sus protestas, Tomás le caía bien, porque aquel
jovencito fornido de gimnasio, de apenas diecinueve años, era un
chico “legal”, de los que iban de frente, sin tapujos ni
embustes, no como esos otros compañeros de su quinta, cincuentones
resabiados, que su único interés era dormir el máximo posible,
siempre y cuando su inspector no se pasase por los restos
arqueológicos a fastidiar la noche, porque tanto Alfredo como Tomás
trabajaban como seguridad en las ruinas de la ciudad romana de Baelo
Claudia, una de las más importante de la península ibérica,
situada a escasos metros de la playa de Bolonia, donde una enorme
duna , la más grande de Europa, vigilaba majestuosa el mar, en el
término municipal de Tarifa.
— Me dirijo al sector 4G para realizar una inspección
visual.
— ¿Podrías dejar de hablarme en clave por una vez?
—Perdón, me refiero a que voy hacia la zona del
teatro porque he estado escuchando ruidos allí.
—¿Y bien?
—Pues para que estés listo para echarme un cable.—le
pidió.-Posiblemente se trate de algunos vándalos que han querido
hacer la gracia haciendo un botellón aquí dentro.
—De acuerdo. Estaré atento a las pantallas por si
tengo que ir en tu búsqueda.
—¡Por lo que más quiera no te vayas a poner a comer
ahora, que con lo gordo que estás reventarás si sales corriendo a
ayudarme!—bromeó el joven.
—Ve tranquilo idiota.-rió sin molestarse por la
puya.—Corto la comunicación.
Mientras Tomás caminaba por el sendero esperando
sorprender a un grupo de jóvenes haciendo una raven, es decir
una de esas fiestas ilegales donde los asistentes se ponen hasta las
cejas de drogas, sintió que el ruido inicial del bullicio de pasos
no era tal, y que en lugar de oír música mientras se acercaba, el
sonido que llegó hasta sus oídos fue como si un animal resoplase
con fuerza.
Una vez estuvo lo suficientemente cerca del teatro,
divisó en la arena central del edificio, la silueta de un ser
astado.
— Alfredo, creo que lo que se nos ha colado ha sido un
toro.—informó a su compañero.
—Eso parece, por lo que veo en las
pantallas.-reafirmó.—Aunque desde aquí parece más grande de lo
habitual, pero vaya quizás sea porque no se distingue bien por la
oscuridad.
—Me acercaré un poco más a echar un
vistazo.—declaró.-Lo que me resulta extraño es que no me suena
que por aquí cerca haya ninguna ganadería.
—Tu voz delata miedo.-se burló.—¿Quieres que te
pase un capote?
—Vete a la mierda.—cortó la comunicación.
Continuó caminando con precaución entre las gradas del
teatro. Conforme más se iba acercando al foso más grande parecía
ser su silueta. Podría haberlo divisado mucho mejor de no ser porque
su pie chocó con una piedra, trastabillando hasta caer en el
interior, momento en el cual el animal giró su cabeza soltando un
fuerte bufido.
Tomás no había contado que aquel supuesto toro se
irguiese sobre sus cuartos traseros dejando a la vista un enorme
torso similar al de un hombre pero de mayor envergadura a la del
hombre más fuerte que conociese. Aquello debía de tratarse de
alguna clase de alucinación porque el vigilante no podía dar
crédito a sus ojos. Medía más de dos metros y medios, y pese a su
complexión humana, su cráneo era el de un astado.
— Alfredo, Alfredo, necesito que vengas.—gritó a
través del walkie.
No obtuvo respuesta, seguramente su compañero se había
puesto a comer haciendo caso omiso de las pantallas y del transmisor.
Consciente de que estaba solo y sin ninguna clase de ayuda, decidió
emprender la huida lo antes posible, era la opción más acertada
sino hubiese sido porque aquella criatura con menos de dos pasos
logró darle alcance.
—¡No me haga daño!—suplicó sintiendo como se le
humedecía el pantalón tras no poder controlar su vejiga por el
miedo. Un fuerte brazo lo alzaba por el cuello a más de medio metro
del suelo. Pero cualquier palabra resultaba inútil ante aquella
criatura que volvió a bufar en su cara. Sin contemplación los dedos
de la criatura se cerraron con fuerza sobre su presa hasta romperle
el cuello.
Se había despistado tan solo un momento para coger un
refresco de la nevera de la garita cuando Alfredo volvió a posar su
mirada sobre una de las pantallas de seguridad, comprobando como el
cuerpo roto de su compañero yacía sobre la arena del teatro romano
como si de un muñeco de trapo se tratase mientras el ser astado se
alejaba. Conmocionado, no pudo mover ni un musculo. Llorando se culpó
de la muerte de aquel joven por no haber estado lo suficientemente
pendiente. De haber acudido en su ayuda quizás nada de aquello
hubiese sucedido...
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