No hay nada
tan deprimente como tener que madrugar tras un mal polvo, pero ya no había
vuelta atrás. La culpa había sido suya. A pesar de que tenía que levantarse
temprano había decidido salir a sondear los garitos de moda con la esperanza de
dar con un macizo capaz de quitarle las telarañas de sus partes pudendas. Hacía
más de cuatro meses lo había dejado con su pareja y su cuerpo era un hervidero
de deseos descontrolados.
Sin
embargo, tras divagar por un par de locales, pronto comprendió que o rebajaba
sus expectativas, o se volvía a casa a desahogarse con alguno de sus
juguetitos. Normalmente la gente no suele salir los miércoles, y los pocos que
lo hacen son desechos corporales incapaces de provocar el menor morbo, si acaso
risa. Le daba igual si eran señores encantadores, su intención era tirárselos
no establecer una relación afectiva con ellos. Hubiese deseado algún vigoréxico
estúpido con ínfulas de famoso que le hubiese dejado bien servida, pero en
aquel sitio no había nada que se acercase lo más levemente a los estándares de
belleza masculina. Así que, tras un examen detallado de cada uno de los
miembros del rebaño de aquel local, optó por el menos desagradable de todos: un
señor cuarentón desfondado que se peina con una cortinilla de pelo procedente
de un lateral del cráneo para cubrir la cada vez más incipiente alopecia. Aquel
caballero lo más cerca que había pasado por un gimnasio era por la puerta. Una
joya en toda regla, aunque al menos el color de sus ojos eran de un azul cielo.
Si lo eligió a él fue por una cuestión de fe, se presupone que, a esa edad, un
hombre maduro suele estar curtido en mil batallas. Era eso o volverse a casa
con un calentón entre las piernas.
Acertó al
no llevárselo a casa, aparte de incomodo habría supuesto intimidar más de lo
estrictamente necesario. Optó por arrastrarlo hasta los baños para allí
consumar. Le empezó a dar mala espina en cuanto lo vio intentar colocarse el
condón. Hizo falta varios intentos hasta que logró ponérselo. El hombre entre
risas nerviosas comentó que hasta que se divorció de su esposa no le había sido
necesario usar preservativos. Aunque puesto a rematar la faena de la manera más
denigrante eyaculó al par de embestida. Para colmo, en aquel escaso periodo de
tiempo había sudado como si hubiese corrido la maratón de Nueva York. De esta
forma no le quedó más remedio que volver a casa, cansada y tan caliente como
había salido. Antes de quedarse dormida se alivió con sus propias manos
pensando que aquello hubiese sido lo mejor desde un primer momento…
…Bostezó un
par de veces mientras mentalmente maldecía la maldita falocracia. Tras una
tortuosa relación de pareja, en la que aprendió que los sentimientos se
reducían al sexo, los hombres se habían convertido en un objeto de usar y tirar
como los pañuelos de papel. Solo servían como consoladores de carne. Los
hombres eran incapaces de ver más allá de su pene, cuanto más conectar con el
alma femenina. No merecían más consideraciones.
“¡El mundo
sería un lugar mucho más tranquilo si todos perdiesen el pene! “sonrió con su
propia ocurrencia. Tan concentrada estaba en sus propios pensamientos, así como
muerta de sueño, que tan siquiera se fijó al sentarse en el autobús sobre qué
reposaban sus posaderas.
Pasaron
unos instantes hasta que notó algo blando rozando su trasero. Suspiró enfadada
al pensar que podía tratarse de un chicle, presumiblemente colocado allí por
algún hombre. “Tan solo a un hombre se le ocurriría pegarlo en un asiento”,
maldijo. Pero cuando se tocó la falda con intención de saber si se le había
manchado mucho, notó como aquello que tocaba nada tenía que ver con una goma de
mascar. Lo palpó con curiosidad. El tacto no le dio ninguna pista acerca de lo
que podía ser por lo que decidió cogerlo para verlo. A simple vista le pareció
un dedo cortado, pero tras una ojeada rápida descartó aquella opción al no ver
la uña. ¡Era un pene! Un pene de importantes dimensiones seccionado por su
base. Lo lanzó asqueada hacia un lado dando con el miembro en la cara al
chofer.
Rápidamente
se formó un revuelo importante en el autobús. No era algo habitual hallar
restos humanos en un transporte público. Lo curioso del tema fue que a la
llegada de la policía una anciana se negara a entregar el miembro viril a la
policía. La buena señora lo había tomado por un consolador, pues según su
teoría, la tecnología había avanzado tanto que no le extrañaba que pareciese
tan real. Les costó a los agentes convencerla de la necesidad de llevarlo al
forense.
—De
acuerdo, pero una vez que lo estudien me lo devuelven. Me gustaría probar algo
de ese tamaño. Mi difunto marido el pobre tan solo tenía un cacahuete…
Playa de la
Caleta
Cádiz
Tuve que cerrar el libro un momento para
reírme a gusto, incluso se me saltaron las lágrimas con las ocurrencias de
aquel escritor. De siempre había seguido la carrera de Enrique Viañas, pero
jamás había pensado que un autor de prestigio, habitualmente de tono mucho más
formal y más relacionado con el mundo de la fantasía, aunque ahora estuviese en
sus horas más bajas, se atreviese a escribir una novela de humor bajo la
apariencia de una novela negra policiaca. Pese a ciertas inexactitudes de
documentación policial, me estaba encantando, más teniendo en cuenta que yo soy
criminóloga.
Para quienes aún no tengan el gusto de
conocerme, o el disgusto, según se mire, mi nombre es Águeda Sarasua,
inspectora de policía especializada en criminología, como ya he dicho, en la
comisaria de Cádiz, a la que llegué tras pedir un traslado desde Salamanca
después de sufrir un desengaño amoroso. También decir a que hoy día pese a
estar totalmente integrada en mi destino, los inicios no fueron sencillos, pues
adaptarme al estilo de vida del sur de España no resultó sencillo, más cuando
al poco tiempo de mi llegada me tocó resolver un complicado caso de un asesino
en serie. Un caso que un escritorzuelo llamado Edu Ortega aprovechó para
novelarlo bajo el nombre de SERIOpata, aunque he de decir que careció de éxito.
Tras esta breve presentación, os diré que
aún estaba riéndome de lo que había leído hasta entonces en la novela cuando
sonó mi teléfono móvil. Me fastidió enormemente tener que responder aquella
llamada. Si me llamaban a aquella hora sería por una cuestión laboral, pues
hacía apenas una hora antes mi madre había hecho su llamada de rigor para saber
básicamente si estaba comiendo bien, si me había cambiado de bragas no fuese a
ser que me pasase algo y los servicios sanitarios se topasen con algo
inesperado, y cotillear sobre si mi vida sentimental, (era como si desease
tener un yerno andaluz).
—Dime, Paco—contesté al ver el número de
teléfono de la comisaria.
—Águeda, mujer, ¿dónde andas? Llevo un rato
queriendo contactar contigo y no hay forma—respondió el comisario.
—Normal, es mi día libre—resoplé en broma.
—No estoy obsesionada con el trabajo. Disfruto de la vida.
—¡Cuánto has cambiado desde que llegaste a
Cádiz! ¿Dónde quedó aquella chica que apenas salía de casa centrada en resolver
los casos? —bromeó. —Ahora estarás sufriendo tomando el sol en la playa de la
Caleta, como si te viese…
—Efectivamente, estaba pasándolo mal leyendo
un libro en la Caleta—corroboré su afirmación. —Aun así, sigo siendo su
inspectora resolutiva, el problema es que ahora mismo no tenemos ningún caso a
la vista.
—Hasta ahora—su tono cambió por otro mucho
más formal.
—No he leído nada en el Diario de Cádiz.
En mis comienzos en la ciudad me aconsejaron
que si quería saber todo lo que pasaba no tenía más que echar un vistazo al
periódico local para saber todo lo que se cocinaba en el municipio.
—Imposible que hayas podido leerlo en el
Diario de Cádiz. Ha sucedido en Jerez.
—Pero ¿Jerez no pertenece a nuestra
competencia? Es más, tengo entendido que allí también tienen su propio
criminólogo.
—Si llevas toda la razón del mundo, pero
resulta que el criminólogo está ahora mismo de baja, (según tengo entendido se
partió una pierna tras ir de bar en bar para olvidarse de que su mujer lo había
abandonado por un sevillano), y desde la Jefatura de la policía de Andalucía
Occidental han decidido adjudicarte el caso. Ya sabes, con los recortes no tienen dinero
para sustituir…—argumentó.
—Me hago cargo del tema—acepté. —Dígame de
qué se trata.
—Será mejor que vengas por aquí y te lo
explico con más detalle…
—¿No me puedes adelantar nada?
—Solo puedo decirte que este caso va acabar
siendo la polla…de manera literal.