Cuando nos habla de alguna clases de apocalipsis, ya sea por la causa que sea, casi siempre se pasa explicar como se vivieron los primeros momentos, cuales fueron las primeras sensaciones, y como no quería dejaros con la incógnita, aquí os dejo este relato que os aclarará como se vivieron las primeras horas de la infección que sucede en la tercera puerta de mi libro "Las Puertas de las Rimas". Con esto no os destripo nada de la trama, y simplemente deseo que lo disfrutéis al menos tanto como yo al escribirlo:
A nadie de la familia de Benjamín le extrañó ver la
puerta de su habitación cerrada a la una de la tarde, no era nada descabellado
que el chico se levantase tarde un domingo tras haber vuelto a su casa de estar
de marcha a eso de la seis de la mañana. No le dieron importancia porque
habitualmente se levantaba a la once tras salir
El hecho empezó a ser preocupante cuando pasaban las tres y media, y aún no se había levantado para almorzar. Su madre deduciendo aquella tardanza a una considerable borrachera optó por entrar en su cuarto para recriminarle su falta de control a la hora de beber. Halló vómitos en el suelo, producto casi seguro de una posible resaca, pero cuando estuvo lo suficientemente cerca de su hijo, pudo ver como estaba rojo. Le palpó con los labios la sien sintiendo como la fiebre hacían estremecer el cuerpo de Benjamín. Alarmada llamó a su marido para pedirle el termómetro que dio la alarmante temperatura de cuarenta grados centígrados.
-Llama ahora mismo a una ambulancia Gustavo.-apremió la mujer a su
marido.-Debería de haber entrado mucho antes.-dijo entristecida mientras
trataba de ponerle gasas húmedas para bajarle la fiebre mientras acudía las
urgencias.
-Tranquila mujer, ahora mismo lo montamos en el
coche para que le pongan una inyección que le baje la temperatura.-trató de
relajar a su mujer.-Esto es una simple gripe.-apuntó mientras ayudaba a cargar
el peso inerte de su hijo hacia la escaleras.
Mientras descendían en el ascensor hacia el garaje,
Gustavo tuvo la sensación de notarle la cabeza un poco más hinchada, pero no
dijo nada por miedo a preocupar aún más a su mujer. En menos de quince minutos
traspasaban las urgencias del hospital mientras una enfermera con malos modos
les enviaba hacia la sala de espera alegando que no eran los únicos que venían
por algo importante, y los pocos médicos no podían dar abastos con todas los
casos.
Tras varios enfrentamientos con el personal
sanitario Benjamín pudo ser visto con un médico. Ya no solo tenía la fiebre
elevadísima, ya pasaba de los cuarenta y un grados, sino que además los oídos
comenzaron a sangrarle. El facultativo
preocupado decidió atajar primero la fiebre, le interesaba estabilizarlo antes
de descubrir las casusas del sangrado, pero cuál fue su sorpresa al pincharle,
que un trozo importante del brazo se desprendió como si la carne estuviese
putrefacta.
-Activen el protocolo de emergencia
bacteriológica.-ordenó a la enfermera mientras hacia salir del gabinete a los
padres ante continuas súplicas y lamentos.
Jamás en su carrera había visto un caso así, era
como una especie de lepra, pero aún así debía cotejar la valoración con otros
colegas. Sin embargo mientras revisaba su vademécum, vio pese a la fiebre, a la
hinchazón de la masa cerebral, al sangrado de oídos, a la putrefacción de la
carne, como incomprensiblemente se levantaba.
-No debe moverse, su cuerpo está aún muy débil.-le
pidió sin dar crédito a sus ojos, ojos que tampoco acabaron de dar créditos al
ataque del paciente. En cuestión de minutos yacía inerte sin entender absolutamente
nada…
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