Al público le es indiferente la climatología. Le da
igual si hace un frío capaz de provocar estalactitas en las fosas nasales o si
hace un calor tan sofocante como para quemarte los pulmones cada vez que
intentas oxigenarte. Tampoco le importa si está lloviendo como cuando Noe
zarpó, en la fila siempre hay gente esperando. ¿Si lleva mucho tiempo
ocurriendo? Siempre fue así. Al menos durante los quince años que me he llevado
aquí trabajando, aunque según tengo entendido, ya era así desde mucho antes de
mi llegada.
Siempre hay gente congregada a las puertas del
recinto, aunque no siempre hay la misma afluencia. En ocasiones, nos cuesta dar
cabida a toda la multitud, especialmente los fines de semana, en otras, apenas
son media docena de almas anhelantes de su ración de emoción. Pero siempre se
lleva a cabo la exhibición. Nunca hemos tenido que suspenderlo. Hoy por
supuesto no iba a ser menos pese al escaso número, apenas cuatro personas. Algo
inusual.
No contamos con un nicho de mercado concreto, nada
más alejado de la realidad. Nuestra clientela no sólo se nutre sólo de bichos
raros y solitarios desdichados, aunque también los hay. Nos visitan gente
solitaria, parejas, grupos de amigos y de trabajo, familias al completo, etc.
Por poner un ejemplo: es habitual ver los domingos a abuelas y nietos
compartiendo la experiencia. Como veis nuestro público objetivo es la población
en general. Por nuestras instalaciones ha pasado, desde gente muy humilde a la jet
set, desde la persona más analfabeta al más reputado literato, desde el
señor que engorda en la barra de un bar a los más afamados deportistas. Por
ejemplo, hoy contamos con un magnate, una pareja de reconocidos influencers
y una ama de casa de unos cincuenta años. Sin duda una fauna muy variada
¿Pero en qué consiste la exhibición? Tranquilidad,
no hay ninguna prisa.
Todo comienza con el reparto de números entre el
público antes de sentarse en las gradas. Una persona, un número, esa es la
norma. Si no lo aceptas olvídate de entrar. La mayoría del público suele
admitirlo con indiferencia, casi la misma que cuando participas en la compra de
un decimo de la lotería de Navidad con la gente de la oficina, asumiendo que lo
más probable es que no te vaya a tocar. No
obstante, hay quienes reciben el número casi con la misma devoción que si
esperasen la intervención de un cristo milagrero. Hoy, por ejemplo, el magnate
tan siquiera se ha molestado en mirarlo, es más dudo que sepa cuál es, la
pareja de influencers, con ilusión bromea acerca de cuál de ellos deberá grabar
al otro, mientras que la ama de casa es la única que lo recibe con resignación
cristiana.
A falta de cinco minutos del comienzo, hace
aparición el señor notario para dar fe del resultado del sorteo. Mi empresa
siempre ha pretendido mantener sin macula su buen nombre. Con este gesto eluden
ser acusados de fraude. En esta ocasión el número seleccionado ha sido el tres,
el número asignado a la chica influencer. La reacción del resto del
público es diversa, el novio emocionado le promete grabar hasta el último
detalle de la exhibición, el magnate se mantiene impasible, mientras que la ama
de casa suspira aliviada.
Antes de ingresar a la instalación mi compañera
cachea a la joven en busca de algún artilugio que desvirtué la exhibición. Ante
todo, mi empresa vela por cumplir de forma escrupulosas las normas. En esta
ocasión la búsqueda da como resultado una pequeña cámara camuflada en un botón
del pantalón. No es la primera que lo intentan. Pero si por algo se apuesta en
este zoo es por la experiencia en primera persona, nada de videos grabados en
modo subjetivo.
Desde mi posición privilegiada puedo ver como la
chica tiembla, pese a la sonrisa que trata de impostar mientras mira hacia el
teléfono móvil de su pareja. Sabe que le están viendo en directo cientos de
seguidores en Instagram. Casi los puede sentir, como puede sentir las palabras
de aliento de su pareja, aunque da igual cuanto la jalee porque nada más
quedarse sola se ha orinado encima. No me sorprende, es una reacción normal.
Por más que trates de mostrar entereza u orgullo, el miedo es una reacción
natural del ser humano y no es para menos cuando ves aparecer ante ti a una
bestia de casi dos cientos kilos, lo increíble sería lo contrario, aunque
inconscientes hay en todas partes y en todos estos años de profesión he visto
más de uno.
De manera instintiva la chica corre desesperada en
todas direcciones a sabiendas que no tiene escapatoria. Cronos le observa casi
con apatía. No tiene intención de malgastar sus fuerzas corriendo tras ella. Espera
a que se canse para aproximarse a la influencer
casi con curiosidad. Entonces da comienzo su juego. Se tumba frente a la
agraciada y comienza a comportarse de la misma forma que lo haría un gato doméstico.
Se retuerce boca arriba a la espera de que le toque la barriga, es más, incluso
ronronea de forma melosa buscando la complicidad de quien comparte con él el
protagonismo de la exhibición. Cuando la persona está más confiada rascándole
la cabeza es cuando aprovecha para arrancarle el brazo de cuajo.
Hay quienes olvidan que un león, por muy criado en
cautividad que esté, no deja de ser un animal salvaje. Nadie entiende mejor esa
premisa que yo. Veo cómo actúa a diario, soy yo quien le limpia su instalación
y soy yo el único que le habla. Sé cómo funciona su mente. Conozco su estado de
ánimo a la perfección. Por ejemplo, si nada más salir al coso corre tras la
víctima es porque no tiene muchas ganas de jaleo, suele sucederle los fines de
semanas cuando más espectadores hay. No le gusta los gritos, ni los exabruptos.
Pero si la cosa está tranquila como hoy le gusta tomárselo con calma,
regodearse. Aunque digamos que por norma le gusta disfrutar de la comida. Se lo
toma como un juego. Deja que su ración se confíe para luego demostrarle todo su
poder. En este caso le ha permitido que lo toque, pero no conforme con eso,
tras arrancarle el brazo, le ha dado la posibilidad de levantarse. No se le
puede negar afán de supervivencia a la joven que ha vuelto a correr por el coso
mientras su novio no deja de grabar, (pese al horror de la escena). Mientras el magnate aplaude satisfecho con el
espectáculo y la ama de casa balbucea por lo bajo una oración. Con pereza mi
león le ha seguido antes de darle con la pezuña en la espalda para volverla a
caer. A continuación, se ha limitado a morderle el pie izquierdo antes de
lanzar un rugido hacia la grada para recordarle al público quien es realmente
la estrella. Deja pasar unos minutos mientras la muchacha se arrastra por el
suelo ensangrentada antes de asestarle la dentellada final. Una vez muerta se
limita a arrastrar el cuerpo hasta el interior de su cubil.
¿Cómo es posible que el público se preste a esta
carnicería? Porque en el fondo todos asumen que tarde o temprano la bestia
acabará con ellos o con sus familias, lo asimilan como un mal necesario. ¿O
cómo se entiende que madres acudan al espectáculo con sus hijos cuando no hay
posibilidad de intercambiar los puestos si son elegidos? Pero mientras no sean
los elegidos disfrutan del espectáculo. Aunque teóricamente esté mal visto, la
gente se divierte viendo trabajar a la bestia. No me negaréis que no resulta
morboso. Y tan sólo por el precio de una entrada de zoo. No es de extrañar que
el público más tarde o más temprano acabe repitiendo la visita.
Aun así, hay quienes no asumen la muerte como algo
inevitable. Existen ilusos capaces de arrodillarse a rezar a la espera de la
intervención de un dios que jamás aparece. Pero no creo que estos sean los
peores. Hay otros tantos, sin duda los más ingenuos, que se enfrentan a la
Bestia pensando que le pueden vencer. Como si eso fuese posible, básicamente
porque no entienden cómo funciona la mente de Cronos como la entiendo yo…
...Nadie debería de hablar sobre la muerte sin
haberla mirado a los ojos. Nadie debería de hablar sobre cómo se comporta
Cronos sin haberse puesto frente a él. Yo nunca debí afirmar, no sin cierta
prepotencia, que conocía a la Bestia, no al menos hasta estar a su lado sin
elementos de seguridad como hasta ahora. Es por eso que hoy no hubo sorteo
antes de la exhibición.
No me costó mucho convencer a la dirección del zoo,
pese a las tímidas reticencias iniciales. Unas reticencias basadas en un
argumento tan nimio como que debía ser el azar quien alimentara al león. “Permitan al público ver algo diferente. Más
tarde o más temprano se terminarán cansando de ver morir a gente. Dejen que vean
como el ser humano es capaz de dominar a la Bestia”, repliqué convencido.
Durante varios segundos tanto la gerente como el jefe principal cruzaron una
mirada valorando la opción. Vi un destello irónico en la mirada de ella antes
de aceptar mi propuesta. “De acuerdo entrarás en el próximo pase”.
Entrar en el coso donde se llevaba a cabo la
exhibición fue para mí como orinar por las mañanas nada más levantarme, un acto
rutinario. Lo llevo haciendo más de doce años cuando fui destinado a este
departamento del zoo. Quizás si esta propuesta hubiese llegado en mis comienzos
como cuidador del león, si me habría orinado encima. Admito que no fue fácil al
principio. Mi primer día tuve que recoger de la instalación la cabeza de una
niña a la que Crono se la había arrancado de un zarpazo. No sólo vomité, me
llevé dos semanas con pesadillas. Cada noche me despertaba pensando que la
testa descansaba en mi mesita de noche. Pero como sucede con todo en esta vida,
la fuerza de la costumbre te hace asimilar hasta las imágenes más cruentas. Sin
ir más lejos, ayer mismo limpié las vísceras de un anciano mientras me comía un
bocadillo de chorizo. Tampoco te acaban afectando sus historias cuando la oyes
de boca de algún conocido. Sin ir más lejos, según oí, a este hombre no hacía
ni dos días lo habían desahuciado no solo de su casa, también de la vida. Los
médicos le habían dado menos de un año de vida. ¿Y pensáis que eso me afecta?
Para nada. Cada día muere millones de persona en el mundo y el planeta sigue
girando.
Tampoco me preocupé cuando vi salir a Cronos con
paso vacilante. Me quedé estático mientras lo miraba directamente a los ojos. Como
respuesta bostezó como si no entendiera que hacía yo allí. Él estaba
acostumbrado a verme a través de un cristal en la parte trasera de la
instalación. Allí me solía sentar a hablarle. Le informaba a diario sobre la
crueldad del mundo. Le hacía ver que, pese a su aparente voracidad, él era lo
menos nocivo de este planeta. Como bestia sólo servía a su instinto, nada más.
Y quizás, si alguien se hubiese preocupado en educarle, sería diferente.
Siempre encontraba la misma respuesta por su parte. Aproximaba su cabeza al
cristal a la espera de una caricia que yo no podía entregarle.
—Soy yo, Cronos—le hablé mientras me estudiaba desde
lejos—. He venido a demostrarle que tú no eres malo. Ellos tan sólo se fijan en
ti como un ser cruel porque jamás te han dado la oportunidad de ser de otra
forma. Yo si veo en ti bondad, una bondad de la que ellos carecen. —Señalé a
las gradas—. A ellos le gusta el sufrimiento. Tú eres diferente.
Fui caminando con la mano levantada hacia él
obteniendo como respuesta un suave ronroneo similar al de los gatos cuando
buscan el cariño de sus dueños. Se dejó tocar la melena mientras se rozaba con
mi cuerpo como un simple cachorro.
Satisfecho por la reacción de la Bestia alcé la
vista para comprobar como en la última fila estaban sentados tanto la gerente
como el jefe principal del zoo mirando con expectación al coso.
—Muy bien, Cronos, lo estás haciendo muy bien—le
susurré al oído. —Ya sólo queda llevar a cabo la última parte del plan. Ahora
te toca rebelarte contra quienes te apresaron. Fíjate en el fondo. Esa mujer y
ese hombre son los culpables. Ellos te hicieron ser así.
Como respuesta la bestia lanzó un rugido atronador
contra la grada donde yo le señalaba. Yo sabía que él quería rebelarse contra
lo establecido. Yo lo había hablado muchas veces con él.
—Tan sólo tienes que saltar ese cristal. No tengas
miedo. Yo sé que tú eres capaz. No tengas miedo. Ve y devórales—le azucé.
Impulsado por mis palabras el león se apartó de mí.
Con paso decidido se aproximó al cristal que yo le había indicado. Rugió
nuevamente antes de amagar con saltar porque en el último momento pareció
arrepentirse. Fue entonces cuando se giró hacia mí con las fauces abiertas.
Cuando Cronos tiene hambre le da igual si la comida es una desconocida o una
mano amiga. Mi único consuelo: fue directo al cuello y acabó con mi vida.
…Hoy es mi primer día como cuidadora del león. Según
me han contado el anterior cuidador se ofreció como sacrificio en una de las
exhibiciones. Según los rumores, dicen que se creía capaz de dominar a la
bestia. Iluso.
Lejos de lo que puedan creer estoy contenta con el
traslado, he pasado por diferentes departamentos y quizás este sea el menos
cruel de este zoo llamado mundo…