CAPÍTULO
3
Tal
como me había anunciado el comisario, el lugar donde había aparecido el cuerpo
del decapitado se semejaba más a una feria que a una investigación policial;
focos por todas partes alumbraban la playa más allá del cadáver, varios
periodistas se congregaban interfiriendo el trabajo de investigación, incluso
había los que tocaba el cadáver durante la emisión en directo de su programa,
eso sin contar a decenas de parejas jóvenes gulusmeando por los alrededores.
—Buenas
noches señor comisario—saludé.
—¡Cualquiera
diría que usted ni se desviste! Ha llegado prontísimo—no supe si tomármelo como
un cumplido o como otro de sus innumerables sarcasmos.
—¿Vendrá
el juez y el forense, o sucederá como esta mañana? —dije sin acritud.
—¿Usted
qué cree? —me replicó alzando la ceja.
—¿Cómo
ha aparecido el cuerpo?
—Pues
arrastrado por la marea, no lo van a traer los chocos hasta la orilla. ¡Hace
usted unas preguntas! —resopló.
—¿Y
quién lo encontró? Si no es preguntar demasiado—me atreví a decir molesta por
aquella actitud tan chulesca.
—Por
fin empieza usted a echar cojones, o en su caso ovarios. Ya me empezaba a
cansar esa actitud perpetua de niña buena—me dijo en un tono neutro.
—Tampoco
pretendía eso disculpe—reculé avergonzada por tal osadía.
—Era
una broma, mujer—me palmeó la espalda de forma amigable. —Como sois los del
norte. —rio de forma bobalicona como solía hacerlo—El cuerpo lo encontró una
parejita cuando vinieron aquí a.…ya sabe...a lo que se puede venir a una playa
de noche.
—No,
no tengo ni idea.
—Disculpe,
no recordaba que en su tierra no tenían playa. Pues a desfogarse, a echar un
pinchito, un caliqueño, en definitiva, para que me entienda mejor, a follar.
—No
es necesario dar detalle, le entendí a la primera. ¿Podría hablar con ellos?
—Complicado.
Se marcharon.
—¿Cómo
que se marcharon?
—A
ver Águeda. Era una parejita joven. ¿Qué pretende? Demasiado que los pobres han
avisado. Póngase en su lugar. Viene a la playa a darse un revolcón con su
novio, y no solo se entera medio Cádiz de que has venido a follar, sino tus
padres. Imagínese el marrón. ¿Le habría gustado? —justificó la ausencia.
Quizás
si hubiese sido una persona mucho más visceral me hubiese lanzado a su cuello
dispuesta a estrangularle, no obstante, me limité a acercarme al cadáver.
Quería estudiarlo más de cerca y olvidar los comentarios estúpidos de mi
superior. Me coloqué los guantes mientras me colocaba en cuclillas para
inspeccionarlo. No estaba demasiado hinchado. No debería de llevar más de
veinticuatro horas en el agua. Apenas hallé símbolos de violencia en el cuerpo,
tan solo marca en las muñecas, posiblemente de unas esposas. Aunque si algo
llamó poderosamente mi atención tras girar el cadáver fue un objeto rojo
incrustado en el orificio anal. Con el mayor cuidado se lo extraje ante la
mirada atónita del resto de agentes.
—¿Qué
demonios es esto? —lo observé con detenimiento entre mis manos.
—Eso
es un pito de carnaval—me respondió el agente más próximo.
—¿Un
pito de que ha dicho? —lo miré perpleja.
—Su
nombre técnico es kazoo. Es un seudoinstrumento que se usa aquí en
carnavales—me aclaró. —Eso sí, no me pida que le enseñe como suena porque yo no
me meto eso en la boca ni muerto.
—Ni
mucho menos—lo guardé en una bolsa como prueba.
Aquel
hallazgo concedía un nuevo matiz a todo aquel asunto. Si tal como sospechaba
todo se debía a un ajuste de cuentas por tema de drogas, aquel kazoo carecía de
contexto, o al menos yo no lograba desentrañar a simple vista, a no ser que
fuera un simbolismo de la banda de narcos. En Cádiz cualquier cosa era posible.
—¿Sabemos
algo acerca de la identidad de la víctima? —me acerqué al comisario.
—¿Acaso
no lo ha leído en Diario de Cádiz?
—Si.
¿Entonces es cierto?
—Fernando
Moyano, treinta y ocho años. Casado desde hace tres años. Policía local desde
hace quince. Desde hace un par ha flirteado con el narcotráfico. ¿Necesita
algún dato más? —comentó ante mi cara de sorpresa. —¿Acaso se piensa que aquí
en Cádiz no sabemos trabajar?
—No
ni mucho menos—contesté rápido. —¿Entonces la investigación queda en manos del
grupo antivicios? —pregunté, aunque pudo llegar a sonar como una afirmación.
—Ni
de puta coña. Aquí en Cádiz no hay tanta ramificación policial. Aunque haya
indicios no podemos dar por hecho que esta muerte haya sido provocada por un
ajuste de cuentas, por lo tanto, sigues al mando de la investigación.
—Sin
problema, comisario—acepté no sin cierto fastidio.
—El
próximo día tendrás un informe detallado sobre la víctima. Y ahora vaya a
descansar. Aquí ya no pintamos nada—me ordenó en un tono paternal mientras
trasladaban el cuerpo hacia el furgón.
—Gracias,
comisario—dije mientras bostezaba.
—¿Suele
acostarse temprano?
—No
le entiendo, comisario.
—Se
está cayendo de sueño, y apenas son las once—me sonrió logrando mi afirmación.
—Y por favor, ¿podría llamarme Paco como el resto?
—De
acuerdo, comí...Paco.
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