CAPÍTULO
4
Si
uno está dispuesto a dar con un asesino primero ha de conocer a su víctima. No
me bastó con el informe de más de treinta folios donde con todo lujo de
detalles se narraba vida, obra, y milagros del decapitado que me habían enviado
gentilmente desde la policía local, lugar donde trabajaba el fallecido y que
había sido redactado por sus compañeros. Yo necesitaba conocer de primera mano
sus costumbres, sus manías, sus miedos, fobias y filias, y para descubrirlo
nadie mejor que su propia esposa.
Concerté
una cita con ella, ya tendría tiempo luego para entrevistarme con sus
compañeros de la policía local para ver si eran capaces de confirmar o
desmentir aquello que ellos mismos habían escrito en el informe que
casualmente, no lo dejaban en buen lugar sobre su capacidad a la hora de
cumplir con su deber de agente, pese a la reiteración en el texto de que “era
muy buena gente”.
Además,
en honor a la verdad, siendo totalmente honesta, traté de postergar la visita
al piso donde residía el contacto que suministraba la droga para vender al
policía muerto, siempre según el informe. Todo el mundo me había hablado de la
barriada del Cerro del Moro como un lugar inhóspito y peligroso...
La
casa familiar se situaba en una barriada con ambiente de pueblo donde todo el
mundo parecía conocerse entre si. Si no recuerdo mal creo que de nombre
Puntales. Si algo me sorprendió de aquel piso fue la cantidad de fotografía
colgadas por las paredes, todas con motivos carnavaleros. Era como si sufriese
de horror vacui. Aunque quizás me sorprendió más ser recibida por la esposa en
bata de boatiné, o como dicen en Cádiz, guatiné, y zapatillas de fieltro.
—Antes
de comenzar deseo darla mi más sentido pésame, además de agradecerle su
colaboración para aclarar la muerte de su marido—dije tras presentarme como la
encargada de la investigación.
—Se
lo agradezco, pero no estoy para muchos interrogatorios...
—Comprendo
a la perfección sus circunstancias, pero su declaración puede sernos de gran
ayuda. No le tomaré mucho tiempo.
—Está
bien—aceptó mientras soltó un hipido.
Aquel
acto de dolor me pareció un tanto forzado, aunque no era yo quien para evaluar
el dolor de nadie. Cada cual tiene sus formas de vivir sus pesares, mucho más
en una ciudad tan particular como Cádiz.
—¿Notó
alguna actitud o comportamiento extraño en los últimos tiempos de su marido?
—No.
Él siempre ha sido el mismo. Un hombre alegre, divertido—balbuceó.
—¿Sabe
si tenía algún enemigo? ¿Había tenido algún enfrentamiento con alguien?
—Imposible.
Mi Fer, se llevaba bien con todo el mundo. Era el policía más querido de todo
Cai...
—No
sé si usted era consciente de que su marido traficaba con estupefacientes.
—¿Estupefa...que?
—Drogas,
señora—le aclaré.
—¡¿Pero
qué clase de gilipollez es esa?!
—Tenemos
pruebas de su implicación en la venta de hachís—traté de mantener la serenidad.
—Negar la evidencia no nos ayudará a aclarar nada.
—¡Por
el amor de Dios!¡¿Cómo puede hablar de tráfico por pasar unos porrillos a
chavales?!¡Los porrillos no hacen daño a nadie!
—Trate
de calmarse señora—me asusté al verla a tan solo a un palmo de mi cara. De no
ser por una cuestión laboral, hubiese huido de aquel piso sin tan siquiera
mirar atrás. —Tan solo tratamos de aclarar su muerte. ¿Sabía quién le
suministraba el material y si había tenido algún problema con él?
—¡¿Problemas
con Kimi?! Pero si ese hombre es un amor. No hacía ni dos semanas le había
regalado el abono del Cádiz y una camiseta de Mágico González—fui anotando
todos estos datos para posteriormente poder contrastarlo.
—¿Su
marido tenía relación con los carnavales? —pregunté sin pensarlo al recordar el
kazoo.
—¿A
qué viene esa pregunta?
—No
sé, en el mundo ese de los carnavales según he oído hay rencillas—traté de
salir del paso.
—Si
por rencillas quiere decir pique, si que los hay, pero todo en broma—me aclaró.
—Además mi Fer salía en una chirigota ilegal, precisamente con Kimi. Con esas
chirigotas nadie se enfada.
—¿Chirigotas
ilegales? ¿Hay que tener licencia para salir?
—Como
se nota que usted no es de aquí—comentó ante mi cara de estupefacción.
—Chirigotas ilegales son las que salen por las calles. Las oficiales son las
que participan en el concurso del Teatro Falla. Ahí si hay más rencillas.
—Muchas
gracias. En cuanto tengamos más datos le informaremos—me despedí saliendo del
domicilio con más dudas de las que había entrado.
Si
tal como afirmaba la mujer, no había sido un ajuste de cuentas por temas de
drogas, ¿quién narices podía haber sido? No pude descartar aún ese tema hasta
que hablase con sus compañeros de la policía local e investigase a fondo a ese
tal Kimi, pero sin duda debía de abrir otras vías de investigación diferentes a
estas.
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