Nos habían avisado de la aparición de una cabeza humana flotando en el agua, y yo como experta en criminología debía de estudiar el caso con detenimiento. Me costó un mundo llegar hasta el lugar donde se hallaba los restos humanos. Pese a la escasa dimensión de la playa estaba tremendamente concurrida, y más tras haberse corrido la voz sobre la aparición de la testa. “A los gaditanos les vale cualquier excusa con tal de salir a las calles”, pensé.
—¿Alguien
podría darme una explicación sobre por qué no se ha despejado la zona? —lancé
la pregunta a un par de agentes municipales que se mostraban tan ensimismados
como el resto de bañistas con el hallazgo.
—Trate
de convencerles—me respondió el más mayor de los policías con tono de mofa. —Si
lo consigue le invito en la plaza de las Flores a todo el "pescaíto
frito" que pueda llegar a comer.
Podría
haber tratado de imponerme usando mi graduación, pero me resigné a llegar hasta
donde reposaba la cabeza como buena mente pude. Nunca me han gustado los
conflictos. Tuve que soportar varios empujones hasta llegar al punto de la
playa donde la policía científica tomaba fotos de la víctima, y el comisario me
hacía aspavientos para que me acercase:
—¡Águeda,
acérquese mujer!¡No sea tímida! ¿No ve que no muerde? —se rio el comisario con
su propia ocurrencia.
—Buenos
días comisario—correspondí al saludo.
—¿Podría
empezar a llamarme Paco de una vez? Aunque si usted prefiere ser protocolaria,
se lo permito—rio de manera bobalicona. —Me cae usted bien pese a que es más
seca que una mojama—logró la sonrisa del resto de agentes.
—¿Por
qué esos agentes están tocando la cabeza? ¿No deberían de esperar al juez y al
forense?
—Eso
será en las series esas de la tele, o de dónde usted viene. Aquí el juez nos da
plena libertad de movimientos, siempre y cuando no lo incomodemos. Y el forense
digamos que hasta que no sea Dios el muerto prefiere que no lo moleste en su
hora de la tapa—me explicó.
—¡Pues
vaya! —resoplé fastidiada.
—Relájate
mujer. Se te ve muy tensa...eso debe ser por la falta de polvos—volvió a reír
de manera estúpida de su ocurrencia. —¿Además para que la tenemos usted aquí
sino? —me apoyo una mano sucia de grasa de comida en el hombro.
Pese
a que no dije nada me fastidió, una mancha de aceite no se quita con facilidad.
—¿Tenemos
testigos? ¿Algunos datos acerca de la víctima? —traté de centrarme en mi
trabajo.
—Testigo
es la playa entera de la Caleta, pero si se refiere a quien lo encontró puede
preguntar a ese grupo de mujeres que juegan al bingo, o más concretamente a la
del bañador de lunares y pelo cardado. Fue ella la que dio con la
mollera—indicó con el dedo. —Por lo demás no contamos con ningún dato más.
—De
acuerdo—afirmé moviendo levemente la cabeza. —Si está de acuerdo, señor
comisario, revisaré la zona y hablaré con los testigos.
—Estupendo
Sarasua—pronunció mi apellido remarcando las eses no sin cierto sarcasmo. —¿No
podrá decir que no tiene trabajo aquí en Cádiz? —inquirió mientras se retiraba.
Si
el comisario hubiese sabido que opinaba yo acerca de sus comentarios acerca de
mi persona, se los habría ahorrado todos y cada uno de ellos, no obstante, su
ausencia me beneficiaba. No tendría un estorbo por medio.
Pedí
a un policía de la científica que me dejase ver al menos la cabeza antes de
trasladarla al anatómico forense para poder estudiarla. Como quien entrega un
cigarrillo me pasó la bolsa donde estaba contenida la testa de aquel pobre
infeliz. Por la apariencia, varón, entre treinta y cuatro y treinta ocho años
aproximadamente, menos de cuarenta y ocho horas desde el fallecimiento, e
incluso podría asegurar sin miedo a equivocarme que menos de veinticuatro
horas. Además, comprobé como el corte que lo había separado de su cuerpo era
limpio, posiblemente un arma blanca empleada por alguien con dotes.
—¿Sabéis
si ha aparecido el cuerpo? —inquirí mientras buscaba nuevos detalles.
—No,
pero no se preocupe, si está aquí en la Caleta lo encontrará cualquier bañista
antes que nosotros.
—Quiero
a los submarinistas peinando la zona. Transmita la orden—pidió.
—Creo
que no ha oído usted al comisario. Las cosas no funcionan así aquí en Cádiz—le
replicó el agente.
—¿Entonces
que sugiere?
—Deje
surgir los acontecimientos de manera natural, en cuanto menos lo esperé no solo
daremos con el cuerpo, sino con el asesino. Confíe en mi—me guiñó un ojo con aire
socarrón.
—Está
bien, ¿podrían al menos investigar sobre la identidad de la víctima? —comenté
no sin cierto fastidio.
—Por
supuesto, mañana mismo cuando salga en el Diario tendrá hasta su número de pie.
Quise
replicar, pero quizás por mi carácter, no propenso al debate, me limité a
resoplar mientras me dirigía hacia el grupo de señoras que habían descubierto
la cabeza. Pese al impresionante descubrimiento, a las señoras no parecían
haberle afectado mucho, jugaban al bingo como si nada hubiese pasado.
—Disculpen
un momento señoras, ¿pero podría hablar con la señora que descubrió la cabeza?
—¡Meliiii!
Te buscan—gritó de forma tan aguda que casi me deja sorda. —¿No quiere tomar
algo?
—No
muchas gracias—rechacé cortésmente la invitación.
—No
seas carajota niña, tomate algo que hace mucha calor. Tenemos de todo—insistió
mientras rebuscaba en una nevera de playa. —Con ese traje de chaqueta te debes
estar asando. ¿un gazpachito vale? —pese a la pregunta me plantó un vaso en la
mano que no tuve más remedio que beber ante la mirada satisfecha de la mujer.
—Gracias.
—Yo
soy Meli, la halladora de la cabeza. ¿Me va entrevistar para la tele? —se atusó
el pelo de forma presumida.
—No,
señora, soy inspectora de la policía, venía a hacerle varias preguntas.
—Sin
problema, pero vengase para acá que hace mucha calor al sol—me arrastró por el
brazo hasta debajo de una sombrilla. —¿Usted no es de aquí no?
—No,
pero no entiendo a qué viene eso.
—Lo
digo porque está más blanca que un choco—logró las carcajadas del resto de sus
amigas. Parecía que aquel era el día idóneo para ser el centro de todas las
burlas. —Ya podría un día quitarse el traje, ponerse un bañador y venirse aquí
con nosotras cuando quiera a tomar el sol. Fíjese lo morena que estamos todas.
—Tendré
en cuenta su invitación, pero dígame desde el principio todo lo que sepa—le
apremié.
—Pues
como todas las mañanas a primera hora planté mi sombrilla, sino madrugas no
coges un buen sitio sabe, y esperé a que mi Paco se levantase para traerme la
nevera y el resto de las cosas. Mi marío no es mucho de madrugar, es más flojo
que un muelle de guita—dijo logrando el cloqueo del resto de la comitiva.
—Esa
clase de detalles no son necesarios, señora—taché las primeras palabras que
había escrito en el cuaderno viendo la inutilidad de aquella información—Me
gustaría saber como se topó con la cabeza.
—Como
sabrá, y sino lo sabe se lo cuento, cuando te has jartado de beber te entran
unas ganas horribles de mear, y como comprenderá no hay sitio más cómodo donde
hacerlo que en el agua. Así que después ganarle un par de bingos a estas me
senté en la orillita—logró un nuevo cloqueó del grupo. —Ya que me había atrevío
a meterme en el agua me dije, coño Meli, pues aprovecha y darte un bañito. Nadé
un poco hasta que me cubriera las tetas, y cuando moví la mano choqué con la
cabeza. En un principio pensé que se trataba de basura, porque la pena es, que
esta playa con lo bonita que es está llena de mierda.
—¿Podría
decirme a qué distancia aproximada la vio?
—Ya
se lo he dicho, más o menos donde me cubre las tetas.
—¿Y
qué hizo tras ver su descubrimiento?
—¿Qué
voy hacer carajo? Enseñársela a mis amigas, no todos los días se encuentra una
a un hombre que no te replica—se rio con su propia ocurrencia.
—Muchas
gracias. Mi compañero le tomará los datos por si fuese necesaria llamarla a
declarar—le informé.
—¡¿Esto
no me traerá problemas?!¡Bastante tengo con los míos! —protestó.
—A
no ser que sea usted la asesina puede relajarse—me atreví a bromear, aunque
quizás por mi acento y mi gesto no lo tomó como tal. Me devolvió una mirada
amenazadora. Me amedranté. Lo reconozco.
Con
más incógnitas que al principio, decidí volver a la comisaria a ordenar ideas.
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