CAPÍTULO
15
Acompañada
por Carmen, la esposa del comisario, preparé en casa una maleta con la ropa
justa para un par de días. No tenía intención de quedarme mucho tiempo, tan
solo hasta que las aguas volviesen a su cauce. No necesariamente Nacho me
acosaría, quizás se acabase dando cuenta de que todo había terminado porque
tenía decidido no volver a verlo. Carmen me había convencido tras contarle “mi
historia de amor” en mi casa que un hombre capaz de tocar a una mujer no
merecía ni el respeto ni mucho menos el amor de ella. Además, alguien incapaz
de salir a la calle, no pensar en otra cosa que no fuesen juegos y series, no
era digno de toda una criminóloga. A estas alturas agradecí su compañía, ella
me hizo mantenerme firme. Si no llega a ser por ella hubiese vuelto con aquel
maltratador y hubiese sido yo quien le habría pedido perdón.
Mis
pensamientos se refugiaron en el trabajo. Había un caso por resolver. Tres
personas muertas en muy poco tiempo. No podía permitir ni una más. A la mañana
siguiente, tras haber pasado buena parte de la tarde anterior revisando
informes e intentando cuadrarlos con mis propias anotaciones, tuve una
intuición.
—Carmen,
creo que voy a tener que salir. —le anuncié minutos después de que el comisario
saliese por la puerta de su casa.
—Eso
no te lo crees ni tú. —negó con la cabeza. —Paco me ha dicho que ni de coña
sales a la calle. Ha sido bastante claro: “Hoy la niña (refiriéndose a ti) ni
va a trabajar ni sale de casa no vaya a ser que quiera ver al mendrugo que le
hizo lo de la cara”.
—¡Por
Dios, Carmen! No puedo pasarme toda la mañana aquí.
—Mira
bonita, no suelo hacer mucho caso a mi marido, pero en esto lleva más razón que
un santo. —argumentó.
—Es
por un tema de la investigación—traté de convencerle.
—¿Dónde
necesitas ir?
—Necesito
ir a la sede del Diario de Cádiz.
—De
acuerdo. Pero te diré como lo haremos. Me acompañas a llevar a los niños al
colegio, luego desayunamos como Dios manda, nos pasamos por la plaza de abasto
por pescado, y ya luego vamos hasta el Diario.
—Ok,
no tengo muchas opciones—acepté la propuesta.
No
recordaba haber andado tanto en todos los días de mi vida. Cruzamos Cádiz desde
el barrio de San Severiano hasta el casco histórico de la ciudad con tan solo
una parada para desayunar chocolate con churros que ni aún con las calorías
gastadas logramos consumir. Tras realizar “los mandaos” nos plantamos en la
sede del Diario dejando un fuerte olor a pescado por toda la redacción.
—Pase
por mi despacho inspectora...me han dicho que era...—nos recibió el director
del rotativo tras hablar con una predispuesta secretaria.
El
director del rotativo era un joven enchaquetado y de sonrisa impostada que nos
miraba como si fuésemos seres de otro planeta.
—Inspectora
Sarasua—respondí estrechándole la mano.
—Encantado.
¿Y ella es? —miró a la mujer del comisario.
—Carmen
Guerrero—contestó.
Tal
como lo escrutó sospeché que creía que era mi novio.
—¿Pero
ella también es policía? —le miró extrañado el director al ver como vestía como
cualquier maruja.
—Digamos
que sí—sonreí cómplice a la mujer.
—De
acuerdo. ¿Qué desean?
—Necesito
la IP de alguien que ha comentado varias noticias en su Diario.
—¿Disculpe?
No entiendo a qué se refiere—me miró extrañado.
—Me
interesa conocer la identidad de CHIrigoTero88. Ha vertido una serie de
comentarios que me han puesto en alerta—traté de aclarar.
—¿Sabe
usted cuántos comentarios se reciben al día en este Diario? ¿Saben cuántos
tenemos que revisar y suprimir? Y lo más importante ¿sabe que lo que usted
pretende es atacar directamente la libertad de expresión? —me reprochó.
—Ni
lo sé, ni me interesa saber cuántos comentarios reciben al día, ni cuantos
suprimen, quizás vetando la libertad de expresión de aquellos que a su
periódico no le interesa. Lo único que sé, es que en esta ciudad se han
cometido tres asesinatos, y puede que ese tal chirigotero esté detrás de ellos.
¿Sabe usted acaso cuantas personas más pueden morir por su reticencia? —saqué
valor.
—De
acuerdo—asimiló de malas ganas. —Si sabe cómo rastrear una IP adelante. Por
favor sean discretas con este asunto. Si un juez se enterase de esto se nos
podría caer el pelo tanto a usted como a mí.
Necesité
dos horas para detectar la IP y poder enlazarla con una dirección física. Mi
especialidad en el cuerpo no era precisamente la informática, mas como no podía
hacer uso de ese departamento del cuerpo para tal fin, necesité ver varios
tutoriales realizados por gente de Sudamérica para poder lograrlo.
—¡Por
fin te tengo maldito asesino! —exclamé satisfecho mientras anotaba la dirección
en un papel.
—Esa
dirección me suena—comentó Carmen. —Es la dirección de la hermana de Paco.
—¿La
dirección de tu cuñada? —quedé sumamente extrañada.
—Sí,
de la madre de Ernesto, mi sobrino que estuvo el otro día en la playa con
nosotros.
Me
quedé boquiabierta sin saber que decir.
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