CAPÍTULO
13
Cuando
me reencontré con Nacho en su casa por la tarde, el enfado del día anterior
parecía haberse esfumado por completo, tan siquiera hubo una palabra al
respecto. Quise hablarle sobre los besos con el sobrino del comisario. Quise
ser franca, pero cuando traté de hablar él me posó un dedo en los labios y me
besó con pasión. La pasión nos arrastró hasta a la cama. Hicimos el amor de
manera salvaje a sabiendas de que en cualquier momento podía regresar su madre
de dar de comer a los gatos callejeros. Fue tanta la excitación, que cualquier
atisbo de duda acerca de nuestra relación se me borró. ¿Cómo podía haber besado
a otro cuando Pablo era un volcán en erupción sexualmente hablando?
—Salgamos
un rato—propuse entusiasmada. —¿No se te apetece tomar algo?
—¡¿Salir?!
Aquí tenemos todo lo necesario para pasarlo bien—sonrió tocándome un seno.
—Hablo
en serio, además, ¿algo tendremos que cenar, no?
—Si
tienes hambre puedo preparar algo.
—No
me apetece tomar pizza ni nada por el estilo. Se me apetece una cena digamos
más romántica—le acaricié la cara.
—Puedo
poner un par de velas aquí sobre la mesa.
—Hablo
en serio.
—Y
yo—alegó serio. —Puedo hacer unos filetes, bajar por una botella de vino.
¡Verás será maravilloso! —sonrió poniéndose manos a la obra. —Luego podemos ver
una nueva serie, bastante buena según la crítica.
No
tuve más remedio que aceptar la invitación, Nacho estaba tan entusiasmado que
me apenaba negarme, pese al asco que me producía comer cualquier producto
cocinado en aquella cocina grasienta. Lo importante era verlo feliz, me dije mientras
me que quedé sola en la casa. En honor a la verdad, puedo decir que, pese a mis
reticencias, hizo una cena exquisita. Eso si, servida en platos de plásticos
(deduciría mi remilgo a comer en su vajilla).
—¿Y
esa espada? —le señalé aburrida de ver una serie, que finalmente no era tan
nueva, sobre un psicópata que trabajaba como policía llamada Dexter. Ya se sabe
en casa del herrero, cuchillo de palo.
—Se
trata de Hielo, la espada de Ned Stark, señor de Invernalia.
—¿Juego
de Tronos?
—Exactamente—se
limitó a decir sin dejar de mirar la serie.
Quizás
aquella velada hubiese acabado de manera apacible sino llega a ser porque
durante el transcurso del tercer capítulo que veíamos, (aunque personalmente a
mí me parecieron todos iguales), sonó mi teléfono móvil. Rápidamente Nacho me
miró con gesto contrariado. Era como si le molestase que le interrumpiese el
visionado de la serie. Pero peor fue cuando me vio dudar. No me atreví a coger
el teléfono. Era el sobrino del comisario
—No
va a dejar de sonar hasta que no lo cojas. Contesta de una vez si queremos
seguir viendo la serie.
—No
es ningún número conocido—respondí nerviosa mientras cortaba.
El
teléfono sonó hasta en un par de ocasiones más pese a que en todas corté, sin
embargo, Ernesto, el sobrino del comisario, no se dio por vencido, segundos
después sonó aquel sonido tan característico de los mensajes de whatsapp.
—Para
ser un número desconocido debe ser de alguien con muchas ganas de hablar
contigo—pausó la reproducción.
Mi
móvil volvió a sonar en un par de ocasiones más mientras Nacho fruncía el ceño.
—No
te preocupes, silencio el teléfono. Ya leeré los mensajes luego—quise sonar de
lo más normal.
—¿Podrías
mostrarme el móvil?
—No
creo que sea necesario...—dije sonrojándome.
—¿Acaso
tienes algo que ocultar? —comentó con su cara a menos de un palmo de la mía.
—Yo
no nada—traté de sonar convincente.
—Lo
comprobaremos ahora mismo—me arrebató el teléfono de las manos. Su rostro paso
de la inquietud a la ira en cuestión de milésimas de segundo. —¿Así que era esto?
“Hola guapa si te apetece podemos quedar hoy, te muestro Cádiz y repetimos el
beso del otro día”—leyó el mensaje.
—¡No
es lo que crees! —dije aquella frase que no hacía sino acusarme aún más.
—¡Tu...tu...tu
eres...una puta! —me gritó dándome un puñetazo en pleno rostro.
No
pude tan siquiera replicarle, sin mediar palabra me cayó una lluvia de palos.
Me golpeó en todas partes de mi cuerpo hasta casi dejarme sin fuerza para
levantarme. Solo una vez que vio como me alzaba trastabillando para irme, se
arrodilló ante mi suplicando perdón.
—¡Por
favor, no me denuncies...!¡No sé por qué he perdido los estribos! —balbuceó.
—Tranquilo.
Quizás ha sido culpa mía no haberte contado nada—me alcé con todo el cuerpo
dolorido, especialmente en el rostro.
Cuando
llegué a casa me derrumbé en mi cama. Lloré hasta el cansancio. No me preocupó
tanto el dolor físico como lo que aquella paliza implicaba: quizás yo hubiese
pecado de mentirosa, pero Nacho había demostrado ser un maltratador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario