Hay quienes hablan de las guerras como el lugar donde se forjan los valientes, para Salvador, más bien es el lugar en el que se curten los supervivientes, entre los que se contaba como uno de ellos. Aún podía recordar a la perfección su participación en la guerra de Melilla, especialmente del desastre acontecido en el
Barranco del Lobo.
Corría el año 1909, más concretamente, comienzos de verano, cuando fue llamado a filas por el gobierno de Maura pese a haber cumplido con el servicio militar obligatorio en 1904, pero como reservista, tenía la obligación de acudir a defender los intereses de la patria allá donde le mandasen, y en este caso el deber se hallaba
en salvaguardar la ciudad de Melilla de los ataques de los rifeños.
Como parte del proletariado debió aceptar con resignación la llamada, no tenía el dinero suficiente para sobornar a los funcionarios como hacían las familias burguesas con sus hijos.
Sin más remedio se vio embarcado rumbo al continente africano a una guerra. Fue mucho el peligro sufrido durante las diferentes escaramuzas,pero de todas ella lograba salir victorioso, pues para Salvador, lo importante no era ganar la batalla, sino sobrevivir, aunque conforme pasaba el tiempo, la situación se complicaba cada vez más; los mandos no lograban planificar la estrategia en condiciones, llevando a miles de hombres a un atolladero sin salida. Hasta que ocurrió el Gran Desastre, cuando se vieron acorralados en un barranco.
Los rifeños habían tomado las zonas más altas dificultando enormemente la defensa de los españoles. Las balas llovían como gotas de metal matando a decenas de hombres, o en el mejor de los casos recibiendo algún tipo de herida. Aquella zona se había convertido en un autentico matadero. La sangre corría formando un río de color purpura difícil de olvidar.
Cuando la situación se hizo totalmente insostenible varios de los oficiales gritaron retirada, pero no por eso, las cosas mejoraron. Esperaban el apoyo de la artillería (la cual nunca llegaría), haciendo más complicado el repliegue hasta Melilla. Los compañeros caían por los alrededores sin que nadie pudiese hacer nada. Auxiliar a algún desafortunado amigo podía suponer la propia muerte. Salvador jamás paró, aunque no por eso pudo quitarse de su mente la imagen de aquellos hombres clamando
auxilio sin que nadie hiciese nada por ellos.
Aquellos hechos que acontecieron en el Riff le hicieron plantearse la vida de otra manera. Decidió no volver a su Bilbao natal donde le esperaba, la familia, su novia de toda la vida y un trabajo mal retribuido, en los altos hornos del cinturón industrial.
Salvador sentía la necesidad de emprender una aventura de mayor envergadura. No quería llevar una existencia marcada por las miserias de su clase social, anhelaba más. Además estaba convencido de su triunfo en aquello que emprendiese, pues la
suerte se hallaba de su lado. Él era un superviviente.
Con más ilusión que posibilidades, se metió en el negocio del estraperlo, gracias a un dinero logrado, con las últimas pesetas de su bolsillo. En una taberna, había logrado una importante suma en una tensa partida de cartas donde se jugó, el todo por el todo de sus posibilidades. La suerte fue su aliada durante mucho tiempo.
Logró hacerse con el negocio en la zona del Estrecho deGibraltar, convirtiéndose en tan solo un par de años en el jefe de una pequeña flotilla de estraperlista. Se asentó de forma definitiva en la ciudad de Ceuta, justamente a los pies del monte Hacho desde donde controlaba cualquier operación, con el consentimiento del gobernador militar de la fortaleza, al cual, le pagaba una nada despreciable comisión, acallando así cualquier posible represalia penal.
La vida de Salvador era tranquila, sin sobresaltos, hasta que una noche mientras volvía de beber en una taberna vio como un haz de luz cruzaba el cielo hasta que llego al faro. No era un relámpago, pues no había ni una nube en el cielo, era más bien algo muchísimo más físico. Preocupado y llevado por la curiosidad, se dirigió hacia el lugar donde había caído aquel luminoso objeto…
Barranco del Lobo.
Corría el año 1909, más concretamente, comienzos de verano, cuando fue llamado a filas por el gobierno de Maura pese a haber cumplido con el servicio militar obligatorio en 1904, pero como reservista, tenía la obligación de acudir a defender los intereses de la patria allá donde le mandasen, y en este caso el deber se hallaba
en salvaguardar la ciudad de Melilla de los ataques de los rifeños.
Como parte del proletariado debió aceptar con resignación la llamada, no tenía el dinero suficiente para sobornar a los funcionarios como hacían las familias burguesas con sus hijos.
Sin más remedio se vio embarcado rumbo al continente africano a una guerra. Fue mucho el peligro sufrido durante las diferentes escaramuzas,pero de todas ella lograba salir victorioso, pues para Salvador, lo importante no era ganar la batalla, sino sobrevivir, aunque conforme pasaba el tiempo, la situación se complicaba cada vez más; los mandos no lograban planificar la estrategia en condiciones, llevando a miles de hombres a un atolladero sin salida. Hasta que ocurrió el Gran Desastre, cuando se vieron acorralados en un barranco.
Los rifeños habían tomado las zonas más altas dificultando enormemente la defensa de los españoles. Las balas llovían como gotas de metal matando a decenas de hombres, o en el mejor de los casos recibiendo algún tipo de herida. Aquella zona se había convertido en un autentico matadero. La sangre corría formando un río de color purpura difícil de olvidar.
Cuando la situación se hizo totalmente insostenible varios de los oficiales gritaron retirada, pero no por eso, las cosas mejoraron. Esperaban el apoyo de la artillería (la cual nunca llegaría), haciendo más complicado el repliegue hasta Melilla. Los compañeros caían por los alrededores sin que nadie pudiese hacer nada. Auxiliar a algún desafortunado amigo podía suponer la propia muerte. Salvador jamás paró, aunque no por eso pudo quitarse de su mente la imagen de aquellos hombres clamando
auxilio sin que nadie hiciese nada por ellos.
Aquellos hechos que acontecieron en el Riff le hicieron plantearse la vida de otra manera. Decidió no volver a su Bilbao natal donde le esperaba, la familia, su novia de toda la vida y un trabajo mal retribuido, en los altos hornos del cinturón industrial.
Salvador sentía la necesidad de emprender una aventura de mayor envergadura. No quería llevar una existencia marcada por las miserias de su clase social, anhelaba más. Además estaba convencido de su triunfo en aquello que emprendiese, pues la
suerte se hallaba de su lado. Él era un superviviente.
Con más ilusión que posibilidades, se metió en el negocio del estraperlo, gracias a un dinero logrado, con las últimas pesetas de su bolsillo. En una taberna, había logrado una importante suma en una tensa partida de cartas donde se jugó, el todo por el todo de sus posibilidades. La suerte fue su aliada durante mucho tiempo.
Logró hacerse con el negocio en la zona del Estrecho deGibraltar, convirtiéndose en tan solo un par de años en el jefe de una pequeña flotilla de estraperlista. Se asentó de forma definitiva en la ciudad de Ceuta, justamente a los pies del monte Hacho desde donde controlaba cualquier operación, con el consentimiento del gobernador militar de la fortaleza, al cual, le pagaba una nada despreciable comisión, acallando así cualquier posible represalia penal.
La vida de Salvador era tranquila, sin sobresaltos, hasta que una noche mientras volvía de beber en una taberna vio como un haz de luz cruzaba el cielo hasta que llego al faro. No era un relámpago, pues no había ni una nube en el cielo, era más bien algo muchísimo más físico. Preocupado y llevado por la curiosidad, se dirigió hacia el lugar donde había caído aquel luminoso objeto…
*Más información acerca de la batalla
sobre la ciudad de Ceuta:
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