Comisaría
Policía Nacional
Plaza del
Arroyo
Jerez de
la Frontera
Cuando llegué a la comisaria de Jerez pude
corroborar como era todo tal y como me había narrado mi comisario Paco. Quizás
el aspecto que menos me llamó la atención fue la arquitectura del lugar, que
pese a enclavarse en un antiguo palacio, se asemejaba más a una escombrera.
Había cables sueltos amenazando a cualquier descuidado que pasase por su lado.
Tal vez me sorprendió más sentir la desidia de los agentes al preguntarle por
dónde se hallaba el despacho del comisario, sobre todo cuando les comentaba que
me habían destinado de Cádiz a Jerez. Sabía de antaño el pique entre las dos
ciudades, pero desconocía que estuviese más remarcado en mi nuevo destino.
Cuando logré hallar el despacho me topé con
el comisario, un señor de unos cincuenta y pocos años, ni alto ni bajo, más
delgado que gordo, pulcramente afeitado a excepción de unas densas patillas con
forma de hacha, con el pelo hacia atrás engominado de tal forma que ni un
huracán le habría podido despeinar, y lo más llamativo de todo vestido con unos
pantalones verde mar y una chaqueta azul cielo. Sin duda nadie le había
advertido que aquella indumentaria era francamente fea.
—Buenos días, señor. Soy la Inspectora
Sarasua, criminóloga en la comisaria de Cádiz, y estoy aquí para ayudarle de la
mejor manera posible—dije a modo de saludo.
—Sé muy bien quién es usted y de donde
procede—visionó lo que parecía ser mi expediente. —Y si me lo permite le debo
decir que no consiste en ayudar, sino más bien en resolver el caso.
—Era una forma de hablar, señor. —me excusé.
—Era broma, mujer, lo decía para ver como
reaccionaba—dibujó una sonrisa impostada en sus labios. —Y bien, por lo que veo
tiene usted un expediente brillante, la primera en su promoción, además de
haber sido capaz de resolver el caso de aquel asesino en serie en Cádiz. No
dudo que este caso será una nimiedad para usted.
—Tampoco creo que haya que tomarlo tan a la
ligera—me atreví a decir.
—Además, de inteligente y guapa, modesta.
—Gracias, señor, pero…
—¿Me permite una confesión? —me interrumpió.
—Por supuesto, señor.
—¿Sabe que se le nota a la legua que no es
de Cádiz? —me miró fijamente a los ojos.
—Deduzco que por el acento…además de que soy
más blanca que un choco—añadí en tono de broma.
—No ni mucho menos, lo sé porque alguien de
Cádiz no haría más que regodearse de haber atrapado a aquel asesino en
serie—contestó. —Le confieso que de haber sido usted gaditana, no hubiese
pisado mi comisaria pese a las exigencias de la Jefatura—usó un tono tan neutro
que no supe deducir si me estaba hablando en serio o en broma. —Pero no se
preocupe, aquí trabajará cómoda. Los agentes son respetuosos y nadie se
atreverá a hacer chiste con su color de piel.
—Descuide, no es algo que me moleste—le
dediqué la más amplia de mis sonrisas.
—Y bien, ¿le han informado ya del caso?
—Más o menos. Paco me ha informado de
algunos datos…
—¿Paco? ¿A quién se refiere?
—Al comisario de Cádiz—respondí extrañada
por el tono de aquella pregunta.
—¿Le llama usted Paco, al comisario?
—inquirió sin darme tiempo a contestar. —Nunca he entendido ese trato de
camaradería que algunos superiores dispensan a sus subordinados. Eso solo crea
mandos incompetentes…
—Permítame que le diga que mi comisario es
un magnifico profesional—salí en defensa de mi superior.
—Comprendo que lo defienda, pero si no le
supone mucho esfuerzo preferiría que a mí me llamase comisario Orbaneja, me ha
entendido, Águeda—ordenó con tono autoritario.
—Siento decirle que para usted soy la
inspectora Sarasua. Águeda solo me llaman mis amigos—me mostré desafiante.
—Nuevamente le he engañado—sonrió ladino.
—Llámeme como le apetezca, Manuel, Manolo, Lillo, hombre guapo.
—Preferiría llamarle comisario o señor
Orbaneja—me mostré cortante.
—¡Vaya, parece que usted solo entiende el
humor de Cádiz! —mostró una falsa indignación con un tono marcado de chanza.
—Bueno, comentarle que poco más puedo decirle más allá de lo que le ha dicho Paco—remarcó
el nombre con malicia. —Solo decirle que a diferencia de lo que sucedió en
Cádiz, la prensa debe quedar al margen de todo este asunto. La víctima
pertenece a una de las familias más importantes de la ciudad y no quieren que
se creen chismorreos alrededor del tema por lo que le pido la máxima discreción
a la hora de investigar, ¿me ha entendido?
—A la perfección—afirmé. —Por mi parte no
habrá filtraciones, no sé si por parte de su equipo las habrá—lancé aquel dardo
envenenado.
—Descuide, no habrá filtraciones por la
cuenta que les trae—me entregó el informe del caso. —Tiene a su perfecta
disposición mi despacho para trabajar. Para cualquier cosa no dude en preguntar
al que será su ayudante, el agente Vargas, o a mí mismo—dio por concluida la
conversación.
Cuando salí del despacho del comisario
Orbaneja salí con una única idea clara: Paco no se había equivocado ni un ápice
al tacharlo de gilipollas.
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