LA
EXCUSA PERFECTA.
Pese
al rumor constante de que una tragedia estaba por llegar, aquella mañana me
levanté contento. No iba a ser un día diferente al resto de los días, tendría
que pasarme ocho horas actualizando cartillas a ancianos aburridos que temen
que le robemos la pensión, pero aun así me sentía feliz.
Pero
como sucede siempre, si algo malo está por llegar, no dude que llegará. No hizo
falta que apareciese ninguna nube para que se me nublase el día. De camino al
trabajo me quedé pez mirando a la nada con una sonrisa bobalicona y me pasé la
parada de metro que me correspondía. Primer inconveniente del día. Me bajé en
la siguiente dispuesto a deshacer el camino, pero mientras caminaba por los
pasillos en busca del andén que me llevase a mi destino, me perdí. Era como si
hubiese entrado en un auténtico laberinto del que me llevó horas salir. Una vez
que volví a la superficie la noche había caído sobre Madrid y la luna lucía en
todo su esplendor.
Traté
de llamar a mi jefa para explicarle el motivo de mi ausencia en mi puesto de
trabajo, pero el teléfono móvil se quedó bloqueado tras fallar hasta en tres
intentos al introducirle el código secreto para desbloquearlo. Viendo las
dificultades que me presentaba el día fui corriendo como una flecha hacia la
entidad bancaria donde trabajaba, pero casualidades del destino en ese momento
se rasgó el cielo con un trueno surgiendo de su interior un enorme dragón que
comenzó a perseguirme y todo porque según me enteré más tarde yo poseía la
Llave Espacio Temporal que uno los diferentes multiversos de los que se compone
la realidad.
¿Qué
no os parece una buena excusa para no ir a trabajar? Pues peor fue la de
Gregorio Samsa, el protagonista de la Metamorfosis de Kafka, que dijo que se
había convertido en un insecto con tal de no currar ese día.
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