Aquella
noche la Luna se despertó perezosa, apenas dejó ver más de un tercio de toda su
extensión. Quizás se debiese a que no le apetecía que ningún ojo indiscreto
averiguase alguna de sus intimidades, o tal vez fuese porque la Poesía había
decidido hablar sobre su declive en lugar de elogiar sus virtudes tal como
había hecho antaño.
Aquel
día a la Luna tan solo le apetecía observar a la Tierra escondida tras un manto
de Oscuridad. Observó con detalle como su vieja hermana azul mostraba claro
síntomas de agotamiento, era como si fuese a morir asesinada a manos de sus
propios moradores: los seres humanos. Puso todo su corazón en busca un remedio
para aquel mal, aunque las marcas de la Humanidad sobre su cuerpo maltrecho
daban poco lugar a la esperanza. Pensó en colocar una enorme tela de araña
sobre la tierra para impedir moverse a las alimañas en las que se había convertido
los seres humanos, pero pronto se dio cuenta de a aquella idea era tan
pelegrina como vagar por el espacio sin sentido como hacían los cometas.
Finalmente
como un rayo floreció una idea en su mente: si la Tierra debía de morir al
menos que no lo hiciese sola. Ella le acompañaría en aquel trance. Es más la
Luna chocaría contra la Tierra para que la agonía no fuese tan lenta y de paso
matar a todos aquellos seres que le habían provocado la enfermedad.
Y
después de leer esto aún te preguntas porqué hoy la luna apenas brilla…
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