Vistas de página en total

miércoles, 22 de agosto de 2018

Beyond of mind (Relato)



BEYOND OF MIND
Los principios dejan de tener validez en cuanto dejan de ser útiles, al menos eso pensé tras entrar en las oficinas de Beyond of Mind, una empresa de biotecnología a la que desde mi columna dominical en un periódico de gran tirada había atacado abiertamente por querer convertir a los seres humanos en máquinas. Durante bastante tiempo me mostré contrario a la implantación de puertos usb en el tálamo del cerebro de las personas para posteriormente poder insertar información y experiencias que en otros tiempos hubiesen sido llevadas a cabo gracias a los libros y los viajes. Sin embargo, una grave crisis creativa me había llevado a tomar la decisión de usar los servicios de esta empresa para poder escribir mi próximo libro. Tras escribir mi anterior novela mi mente parecía haberse vaciado y era incapaz de teclear tan siquiera una frase que me gustase. Cuando la editorial aprieta, los valores se pierden por el camino.
A punto estuve de regresar sobre mis pasos al ver como quien me recibía en la puerta era la propia fundadora de la empresa, Julia Rodera, a quien yo había atacado a través de las redes sociales tachándola de cyberminista. Me recibió con una sonrisa que sólo saben dibujar en su rostro quienes se saben superiores:
—Sea bienvenido, don Arturo. No esperábamos verle por aquí tan pronto—comentó mientras se aproximaba a mí para estrecharme la mano.
—Le aseguro que yo tampoco esperaba tan siquiera tener que verla—repliqué molesto. Sin duda aquella mujer de aspecto andrógino disfrutó al verme allí.
—Disculpe, no quiero que tome mis palabras como un ataque. Si por algo se caracteriza Beyond of Mind es por dar un trato exquisito a nuestros clientes.
—Eso espero.
—Y dígame, no sé si conoce nuestro amplio catálogo de servicios.—Pareció paladear sus palabras mientras yo afirmaba como un tonto con un leve cabeceo.—De acuerdo, ¿cuál de ellos viene buscando?
—Me gustaría algún programa que me ayudase a estimular la imaginación. Desde hace un par de meses soy incapaz de escribir absolutamente nada que merezca la pena y como usted comprenderá es algo que un escritor como yo no se puede permitir...Por cierto, ¿esta visita no transcenderá a los medios?—Me alarmé. Si algún medio de comunicación se hacía eco de mi presencia allí, el prestigio que durante años me había labrado como un conservador melancólico se iría al garete, más teniendo en cuenta todo lo que yo había despotricado particularmente sobre esta empresa.
—No se preocupe, don Arturo, si por algo se caracteriza nuestra empresa es por prestar un servicio totalmente discreto. Personajes relevantes de la vida pública han pasado por nuestras oficinas y jamás ha transcendido su presencia en las mismas—dijo con un tono totalmente corporativo.
—Sin duda así debe ser porque si no ya se encargarán mis abogados de demandarles—le amenacé.—Pero volviendo al tema principal, ¿cuál de sus servicios me recomiendan para mi crisis narrativa?
—Tenemos varios servicios bastante recomendable para usted, pero si me permite la osadía, le puedo recomendar uno que tenemos en fase experimental que le puede interesar. Además, conociendo su animadversión a los procesos quirúrgicos invasivos necesarios para la implantación del puerto usb que se necesita para insertar nuestros programas, creo que es el que más se ajusta a sus necesidades—recordó mis palabras a través de los medios.—Basta con una inyección en el cerebelo para obtener los resultados deseados.
—¿En qué consiste?—pregunté desconfiado. Nada en fase experimental resulta fiable, menos aun viniendo de alguien como Julia Rodera. Mi desconfianza natural me hacía verla con recelos.
—Esta inyección contiene una serie de nanorobots que estimulan los puntos del cerebro situado en el lóbulo frontal que corresponden a la zona de creatividad—explicó de forma escueta.
—¡¿Pretende usted inyectarme en el cerebro unas pulgas robóticas?!
—Si usted quiere llamarlo de esa manera—contestó con tono aburrido.—Solo puedo decirle que en pruebas anteriores los voluntarios lograron todo un abanico de posibilidades narrativas.
—De acuerdo, usted gana. No me queda otra si quiero seguir viviendo de la literatura.
—Gran elección, don Arturo, no se arrepentirá—sonrió más que satisfecha.—Sígame.
Tras haber firmado varios contratos con diferentes cláusulas de confidencialidad, Julia Rodera me guio por un pasillo blanco de aspecto aséptico mientras me hablaba de las virtudes de su empresa. No me enteré de nada, tampoco me importó, iba demasiado preocupado pensando en el “tratamiento” al que me iba a someter. Al menos, me consolé, al ser un servicio en fase experimental no me iban a cobrar, porque si algo se caracterizaba esta empresa es por cobrar grandes sumas a sus clientes.
Tras recorrer aquel pasillo que me pareció eterno, llegamos a  una pequeña habitación tan aséptica como el resto del edificio  donde nos esperaba una chica con una bata blanca. Sin duda el lugar era austero: apenas una silla similar a la de los dentistas y una mesa de metal con varios instrumentos médicos, entre ellos una enorme jeringuilla.
—Don Arturo, aquí le presentó a Astrid Toland, ella además de ser la encargada de inyectarle los nanos robots, ha sido la artífice de este adelanto que pronto podremos comercializar—la presentó con orgullo.
—No sé si puedo decir que estoy encantando de conocerle—bromeé mientras le estrechaba la mano sin dejar de mirar el tamaño de la aguja de la jeringuilla.
No obtuve respuesta por su parte. Posiblemente yo le cayese mal, no sólo por mi tecnofobia, posiblemente porque ella sería de ese sector de mujeres que me consideraban un machista y un misógino por haber hecho algún que otro comentario acerca de la incompetencia de las científicas. Sin embargo, allí estaba yo sometiéndome al invento de varias mujeres para mantener mi posición en el mundo de las letras. En ocasiones lo mejor es comerse toda la mierda que uno ha arrojado.
Con un gesto de la mano me invitó a sentarme. Quise ser valiente como los héroes de mis novelas, hombres que jamás se permitían dudar ni llorar, sin embargo yo temblé mientras Astrid hacía una serie de comprobaciones de mis constantes vitales.
—¡¿Por qué narices me ata a la silla?!—exclamé exaltado al comprobar como me sujetaba con unas correas primero por las muñecas y luego por los tobillos.
—No se estrese, don Arturo. Es una cuestión de seguridad—respondió Astrid. Temí por mi vida pues en su mirada vi un brillo maligno.—Es una reacción habitual moverse cuando te introducen un cuerpo extraño en la base del cerebro. Si estuviese con los miembros libres podría provocar que la aguja se torciese o algo peor…
—Lo entiendo…—balbuceé.
De nada sirvió que cerrase los ojos ni que intentase acompasar mi respiración para relajarme, pues nada más sentir la aguja traspasar mi piel, un par de lágrimas vinieron a asomarse al balcón de mis ojos. Cuán engañado había estado durante toda mi vida. Yo no tenía nada que ver con los héroes de las novelas, básicamente, porque los hombres de verdad no son inmunes al dolor. Sólo en ese instante comprendí que las mujeres soportan mejor el dolor que los héroes, etc.
La siguiente sensación no disminuyó mi tensión. Noté como un líquido caliente atravesaba mi cabeza mientras me imaginaba a decenas de pequeños robots navegando por él. Tardé en perder el conocimiento, pero cuando lo hice fue pensando que ir a Beyond of Mind no había servido de nada…

No tengo muy claro donde pensaba aparecer al recobrar la conciencia, pero me desilusioné al abrir los ojos: aún seguía sentando en aquella silla en la misma habitación aséptica donde me habían inyectado aquellos nanos robots. No tardé en darme cuenta de que me habían liberado, ya nada aprisionaba mis pies y mis manos. Quise levantarme, pero me sentí terriblemente mareado, así que me mantuve sentado observando a mi alrededor. No muy lejos de mí distinguí a tres personas que silenciosas me miraban. Aunque las veía un poco borrosas supe que ninguna de ellas era ni Julia Rodera ni Astrid Toland.
—¿Quiénes sois?—balbuceé tratando de enfocar.
—Somos las candidatas al personaje protagonista de tu próxima novela—contestó la más cercana a mí.
—Pero, si tú eres…un hombre—me fijé en su barba cerrada.
—No, yo soy una mujer—negó de manera taxativa.
—¿A quién pretendes engañar? ¡Por mucho que impostes la voz sé que eras un hombre!—argumenté.
—Eres un poco cerrado de mente. Si los vampiros de Crepúsculos podían ir al instituto, ¿por qué no podemos existir los vampiros transexuales?—enarcó una ceja.
Me negué a discutir con ella. En mi mente aquel personaje no tenía ninguna lógica. Jamás escribiría sobre un vampiro que no tuviese clara su condición sexual
—Descartada. ¿A ver la próxima candidata o candidato?
—Mi nombre es  Galadriel Cthulhu perteneciente al sector 9 de la Nébula Orión—se presentó la más cercana al vampiro.
En apariencia aquella criatura me gustó más, pues pese a medir casi tres metros, tener una cabeza similar a la de una vaca y orejas de elfo, lucía tres hermosos pechos al descubierto que rápidamente atrajeron mi atención.
—¿Tu si eres mujer?
—Formalmente para ser mujer es necesario ser una humana, pero si te refieres a si pertenezco al género femenino la respuesta es sí—aclaró.
—Y cuéntame, ¿qué tipo de historia podías tu protagonizar?—pregunté ilusionado. Jamás me había enfrentado a una novela de ciencia ficción, la mayoría de mis obras estaban más cerca de la ficción histórica, pero siempre hay una primera vez para todo, ¿o cómo se podía explicar que yo estuviese en Beyond of Mind?
—Puedo ofrecerle una historia intergaláctica sobre como mi planeta se ve obligado a tratar de conquistar otras galaxias tras haber acabado con todos los recursos naturales. Batallas espaciales. Acción a raudales…
—Nunca he trabajado la ciencia ficción pero me va gustando la trama—le interrumpí emocionado.—Cuéntame más, por favor.
—Pero para mí todas esas dificultades me parecerán una nimiedad, pues mi gran reto es enamorar a la almirante de mi escuadra espacial, aunque finalmente el amor triunfa porque…
—¡Un momento, un momento! ¿A ver si me he enterado bien? ¿Has dicho que tú te enamoras de otra mujer?—le interrumpí indignado.
—Como le he dicho antes, técnicamente no somos mujeres porque no somos humanas, pero si es cierto que me enamora de alguien de género femenino—aclaró con el mismo tono de voz que se usa cuando se dice una obviedad.
—Descartada, no me sirves.
—Pero, ¿si estabas muy entusiasmado con lo que te había contado hasta ahora? ¿Acaso piensas que por ser lesbiana no voy a ser capaz de pilotar una nave espacial ni luchar por conquistar un nuevo mundo para mi gente?—usó un tono condescendiente al replicarme.
—No necesito oír nada más. A ver tú la tercera, ¿podrías dar un paso hacia delante?
Caminó con dificultad hasta situarse frente a mí, una pierna más pequeña que la otra le impedía moverse con facilidad. No quise darle importancia a ese detalle, necesitaba escribir una nueva novela si quería cumplir con el contrato editorial y no me iba a dejar amilanar por ese detalle que en otras condiciones jamás incluiría en una novela. Más complicado me fue aceptar su aspecto: era una mujer pequeña, entrada en carne, de cabellos escasos y con estrabismo.
—Una pregunta antes que nada, ¿tú no serás ni transexual, ni lesbiana?
—No, don Arturo, a mi gustan los hombres—contestó con cierta timidez.
—Eso es un buen comienzo, pero dime ¿qué puede ofrecer su personaje a una de mis novelas?
—Absolutamente todo—respondió con prepotencia. Era como si se hubiese deshecho del disfraz de mujer tímida que segundos antes había aparentado.—Aunque por tu cara de repulsión no lo llegues a creer, mi nombre es Musa, soy yo la encargada de dotar de inspiración a quienes me buscan con la mente abierta, pero tú, don Arturo, lleva años cerrándola. Eres un ser obtuso.
—¡No he venido aquí para ser insultado!—Me levanté indignado de la silla.
—Ha venido aquí porque es incapaz de pensar que existe otros mundos mucho más allá de su visión, y no le estoy hablando sólo de géneros literario. Observé un poco a su alrededor: no sólo hay heterosexuales bellos, también hay otras personas con diferentes tendencias sexuales, y por supuesto, gente fea capaz de hacer cosas impresionantes.
—En el fondo sabía que venir aquí era perder el tiempo—refunfuñé más para mi mismo que para mi audiencia.
—Si me acepta el consejo, busque la inspiración mirando a su alrededor. Es más, le regalo esta entrevista como historia para uno de sus libros—se mofó ante mí.
—Nunca.

Si había dos personas felices en aquel momento eran Julia Rodera y Astrid Toland, prueba de ello era sin duda eran las risas que inundaban el despacho principal de Beyond Mind. El motivo no era otro que el anuncio de la retirada del escritor Arturo del mundo de las letras, una buena noticia si se tenía en cuenta su nivel de intolerancia hacia todo lo que fuese diferente a su parecer.
—¿Sabes una cosa?—comentó Astrid a su jefa.—Ya sé cómo llamaré a esos nanorobots.
—¿Así?¿Cómo?
—Tolerancia. Es más creo que deberíamos comenzar a comercializar.
—Imposible, en este mundo sólo vende el odio a lo diferente…




No hay comentarios:

Publicar un comentario