BEYOND OF MIND
Los
principios dejan de tener validez en cuanto dejan de ser útiles, al menos eso
pensé tras entrar en las oficinas de Beyond
of Mind, una empresa de biotecnología a la que desde mi columna dominical
en un periódico de gran tirada había atacado abiertamente por querer convertir
a los seres humanos en máquinas. Durante bastante tiempo me mostré contrario a
la implantación de puertos usb en el tálamo del cerebro de las personas para
posteriormente poder insertar información y experiencias que en otros tiempos
hubiesen sido llevadas a cabo gracias a los libros y los viajes. Sin embargo,
una grave crisis creativa me había llevado a tomar la decisión de usar los
servicios de esta empresa para poder escribir mi próximo libro. Tras escribir
mi anterior novela mi mente parecía haberse vaciado y era incapaz de teclear
tan siquiera una frase que me gustase. Cuando la editorial aprieta, los valores
se pierden por el camino.
A
punto estuve de regresar sobre mis pasos al ver como quien me recibía en la puerta
era la propia fundadora de la empresa, Julia Rodera, a quien yo había atacado a
través de las redes sociales tachándola de cyberminista. Me recibió con una
sonrisa que sólo saben dibujar en su rostro quienes se saben superiores:
—Sea
bienvenido, don Arturo. No esperábamos verle por aquí tan pronto—comentó
mientras se aproximaba a mí para estrecharme la mano.
—Le
aseguro que yo tampoco esperaba tan siquiera tener que verla—repliqué molesto.
Sin duda aquella mujer de aspecto andrógino disfrutó al verme allí.
—Disculpe,
no quiero que tome mis palabras como un ataque. Si por algo se caracteriza Beyond of Mind es por dar un trato
exquisito a nuestros clientes.
—Eso
espero.
—Y
dígame, no sé si conoce nuestro amplio catálogo de servicios.—Pareció paladear
sus palabras mientras yo afirmaba como un tonto con un leve cabeceo.—De
acuerdo, ¿cuál de ellos viene buscando?
—Me
gustaría algún programa que me ayudase a estimular la imaginación. Desde hace
un par de meses soy incapaz de escribir absolutamente nada que merezca la pena
y como usted comprenderá es algo que un escritor como yo no se puede
permitir...Por cierto, ¿esta visita no transcenderá a los medios?—Me alarmé. Si
algún medio de comunicación se hacía eco de mi presencia allí, el prestigio que
durante años me había labrado como un conservador melancólico se iría al
garete, más teniendo en cuenta todo lo que yo había despotricado
particularmente sobre esta empresa.
—No
se preocupe, don Arturo, si por algo se caracteriza nuestra empresa es por
prestar un servicio totalmente discreto. Personajes relevantes de la vida
pública han pasado por nuestras oficinas y jamás ha transcendido su presencia
en las mismas—dijo con un tono totalmente corporativo.
—Sin
duda así debe ser porque si no ya se encargarán mis abogados de demandarles—le
amenacé.—Pero volviendo al tema principal, ¿cuál de sus servicios me
recomiendan para mi crisis narrativa?
—Tenemos
varios servicios bastante recomendable para usted, pero si me permite la
osadía, le puedo recomendar uno que tenemos en fase experimental que le puede
interesar. Además, conociendo su animadversión a los procesos quirúrgicos
invasivos necesarios para la implantación del puerto usb que se necesita para
insertar nuestros programas, creo que es el que más se ajusta a sus necesidades—recordó
mis palabras a través de los medios.—Basta con una inyección en el cerebelo
para obtener los resultados deseados.
—¿En
qué consiste?—pregunté desconfiado. Nada en fase experimental resulta fiable,
menos aun viniendo de alguien como Julia Rodera. Mi desconfianza natural me
hacía verla con recelos.
—Esta
inyección contiene una serie de nanorobots que estimulan los puntos del cerebro
situado en el lóbulo frontal que corresponden a la zona de creatividad—explicó
de forma escueta.
—¡¿Pretende
usted inyectarme en el cerebro unas pulgas robóticas?!
—Si
usted quiere llamarlo de esa manera—contestó con tono aburrido.—Solo puedo
decirle que en pruebas anteriores los voluntarios lograron todo un abanico de
posibilidades narrativas.
—De
acuerdo, usted gana. No me queda otra si quiero seguir viviendo de la
literatura.
—Gran
elección, don Arturo, no se arrepentirá—sonrió más que satisfecha.—Sígame.
Tras
haber firmado varios contratos con diferentes cláusulas de confidencialidad,
Julia Rodera me guio por un pasillo blanco de aspecto aséptico mientras me
hablaba de las virtudes de su empresa. No me enteré de nada, tampoco me
importó, iba demasiado preocupado pensando en el “tratamiento” al que me iba a
someter. Al menos, me consolé, al ser un servicio en fase experimental no me
iban a cobrar, porque si algo se caracterizaba esta empresa es por cobrar
grandes sumas a sus clientes.
Tras
recorrer aquel pasillo que me pareció eterno, llegamos a una pequeña habitación tan aséptica como el
resto del edificio donde nos esperaba
una chica con una bata blanca. Sin duda el lugar era austero: apenas una silla
similar a la de los dentistas y una mesa de metal con varios instrumentos
médicos, entre ellos una enorme jeringuilla.
—Don
Arturo, aquí le presentó a Astrid Toland, ella además de ser la encargada de
inyectarle los nanos robots, ha sido la artífice de este adelanto que pronto
podremos comercializar—la presentó con orgullo.
—No
sé si puedo decir que estoy encantando de conocerle—bromeé mientras le
estrechaba la mano sin dejar de mirar el tamaño de la aguja de la jeringuilla.
No
obtuve respuesta por su parte. Posiblemente yo le cayese mal, no sólo por mi
tecnofobia, posiblemente porque ella sería de ese sector de mujeres que me
consideraban un machista y un misógino por haber hecho algún que otro
comentario acerca de la incompetencia de las científicas. Sin embargo, allí
estaba yo sometiéndome al invento de varias mujeres para mantener mi posición
en el mundo de las letras. En ocasiones lo mejor es comerse toda la mierda que
uno ha arrojado.
Con
un gesto de la mano me invitó a sentarme. Quise ser valiente como los héroes de
mis novelas, hombres que jamás se permitían dudar ni llorar, sin embargo yo
temblé mientras Astrid hacía una serie de comprobaciones de mis constantes
vitales.
—¡¿Por
qué narices me ata a la silla?!—exclamé exaltado al comprobar como me sujetaba
con unas correas primero por las muñecas y luego por los tobillos.
—No
se estrese, don Arturo. Es una cuestión de seguridad—respondió Astrid. Temí por
mi vida pues en su mirada vi un brillo maligno.—Es una reacción habitual
moverse cuando te introducen un cuerpo extraño en la base del cerebro. Si
estuviese con los miembros libres podría provocar que la aguja se torciese o
algo peor…
—Lo
entiendo…—balbuceé.
De
nada sirvió que cerrase los ojos ni que intentase acompasar mi respiración para
relajarme, pues nada más sentir la aguja traspasar mi piel, un par de lágrimas
vinieron a asomarse al balcón de mis ojos. Cuán engañado había estado durante
toda mi vida. Yo no tenía nada que ver con los héroes de las novelas,
básicamente, porque los hombres de verdad no son inmunes al dolor. Sólo en ese
instante comprendí que las mujeres soportan mejor el dolor que los héroes, etc.
La
siguiente sensación no disminuyó mi tensión. Noté como un líquido caliente
atravesaba mi cabeza mientras me imaginaba a decenas de pequeños robots
navegando por él. Tardé en perder el conocimiento, pero cuando lo hice fue
pensando que ir a Beyond of Mind no
había servido de nada…
No
tengo muy claro donde pensaba aparecer al recobrar la conciencia, pero me
desilusioné al abrir los ojos: aún seguía sentando en aquella silla en la misma
habitación aséptica donde me habían inyectado aquellos nanos robots. No tardé
en darme cuenta de que me habían liberado, ya nada aprisionaba mis pies y mis
manos. Quise levantarme, pero me sentí terriblemente mareado, así que me
mantuve sentado observando a mi alrededor. No muy lejos de mí distinguí a tres
personas que silenciosas me miraban. Aunque las veía un poco borrosas supe que
ninguna de ellas era ni Julia Rodera ni Astrid Toland.
—¿Quiénes
sois?—balbuceé tratando de enfocar.
—Somos
las candidatas al personaje protagonista de tu próxima novela—contestó la más
cercana a mí.
—Pero,
si tú eres…un hombre—me fijé en su barba cerrada.
—No,
yo soy una mujer—negó de manera taxativa.
—¿A
quién pretendes engañar? ¡Por mucho que impostes la voz sé que eras un
hombre!—argumenté.
—Eres
un poco cerrado de mente. Si los vampiros de Crepúsculos podían ir al
instituto, ¿por qué no podemos existir los vampiros transexuales?—enarcó una
ceja.
Me
negué a discutir con ella. En mi mente aquel personaje no tenía ninguna lógica.
Jamás escribiría sobre un vampiro que no tuviese clara su condición sexual
—Descartada.
¿A ver la próxima candidata o candidato?
—Mi
nombre es Galadriel Cthulhu
perteneciente al sector 9 de la Nébula Orión—se presentó la más cercana al
vampiro.
En
apariencia aquella criatura me gustó más, pues pese a medir casi tres metros, tener
una cabeza similar a la de una vaca y orejas de elfo, lucía tres hermosos
pechos al descubierto que rápidamente atrajeron mi atención.
—¿Tu
si eres mujer?
—Formalmente
para ser mujer es necesario ser una humana, pero si te refieres a si pertenezco
al género femenino la respuesta es sí—aclaró.
—Y
cuéntame, ¿qué tipo de historia podías tu protagonizar?—pregunté ilusionado.
Jamás me había enfrentado a una novela de ciencia ficción, la mayoría de mis
obras estaban más cerca de la ficción histórica, pero siempre hay una primera
vez para todo, ¿o cómo se podía explicar que yo estuviese en Beyond of Mind?
—Puedo
ofrecerle una historia intergaláctica sobre como mi planeta se ve obligado a
tratar de conquistar otras galaxias tras haber acabado con todos los recursos
naturales. Batallas espaciales. Acción a raudales…
—Nunca
he trabajado la ciencia ficción pero me va gustando la trama—le interrumpí
emocionado.—Cuéntame más, por favor.
—Pero
para mí todas esas dificultades me parecerán una nimiedad, pues mi gran reto es
enamorar a la almirante de mi escuadra espacial, aunque finalmente el amor
triunfa porque…
—¡Un
momento, un momento! ¿A ver si me he enterado bien? ¿Has dicho que tú te
enamoras de otra mujer?—le interrumpí indignado.
—Como
le he dicho antes, técnicamente no somos mujeres porque no somos humanas, pero
si es cierto que me enamora de alguien de género femenino—aclaró con el mismo
tono de voz que se usa cuando se dice una obviedad.
—Descartada,
no me sirves.
—Pero,
¿si estabas muy entusiasmado con lo que te había contado hasta ahora? ¿Acaso
piensas que por ser lesbiana no voy a ser capaz de pilotar una nave espacial ni
luchar por conquistar un nuevo mundo para mi gente?—usó un tono condescendiente
al replicarme.
—No
necesito oír nada más. A ver tú la tercera, ¿podrías dar un paso hacia delante?
Caminó
con dificultad hasta situarse frente a mí, una pierna más pequeña que la otra
le impedía moverse con facilidad. No quise darle importancia a ese detalle,
necesitaba escribir una nueva novela si quería cumplir con el contrato
editorial y no me iba a dejar amilanar por ese detalle que en otras condiciones
jamás incluiría en una novela. Más complicado me fue aceptar su aspecto: era
una mujer pequeña, entrada en carne, de cabellos escasos y con estrabismo.
—Una
pregunta antes que nada, ¿tú no serás ni transexual, ni lesbiana?
—No,
don Arturo, a mi gustan los hombres—contestó con cierta timidez.
—Eso
es un buen comienzo, pero dime ¿qué puede ofrecer su personaje a una de mis
novelas?
—Absolutamente
todo—respondió con prepotencia. Era como si se hubiese deshecho del disfraz de
mujer tímida que segundos antes había aparentado.—Aunque por tu cara de
repulsión no lo llegues a creer, mi nombre es Musa, soy yo la encargada de
dotar de inspiración a quienes me buscan con la mente abierta, pero tú, don
Arturo, lleva años cerrándola. Eres un ser obtuso.
—¡No
he venido aquí para ser insultado!—Me levanté indignado de la silla.
—Ha
venido aquí porque es incapaz de pensar que existe otros mundos mucho más allá
de su visión, y no le estoy hablando sólo de géneros literario. Observé un poco
a su alrededor: no sólo hay heterosexuales bellos, también hay otras personas
con diferentes tendencias sexuales, y por supuesto, gente fea capaz de hacer
cosas impresionantes.
—En
el fondo sabía que venir aquí era perder el tiempo—refunfuñé más para mi mismo
que para mi audiencia.
—Si
me acepta el consejo, busque la inspiración mirando a su alrededor. Es más, le
regalo esta entrevista como historia para uno de sus libros—se mofó ante mí.
—Nunca.
Si
había dos personas felices en aquel momento eran Julia Rodera y Astrid Toland,
prueba de ello era sin duda eran las risas que inundaban el despacho principal
de Beyond Mind. El motivo no era otro
que el anuncio de la retirada del escritor Arturo del mundo de las letras, una
buena noticia si se tenía en cuenta su nivel de intolerancia hacia todo lo que
fuese diferente a su parecer.
—¿Sabes
una cosa?—comentó Astrid a su jefa.—Ya sé cómo llamaré a esos nanorobots.
—¿Así?¿Cómo?
—Tolerancia.
Es más creo que deberíamos comenzar a comercializar.
—Imposible,
en este mundo sólo vende el odio a lo diferente…
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