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sábado, 24 de noviembre de 2018

El chalet de chocolate (CAPÍTULO 3 DE ERASE UNA VEZ. EL PUERTO CONECTION)

CAPITULO 3
Tengo serias dudas sobre si me sorprendió más conocer la escena del crimen, un lujoso chalet situado en una urbanización de clase alta, o a Manteca. La agente Manteca, porque aunque suene más a mote típico de la gente de sur este era su apellido, era una mujer impresionante. Con su metro ochenta y siete de puro músculo me hizo sentir minúscula. No había ni un ápice de grasa en todo su cuerpo. Además, su aspecto andrógino acompañado de un corte de pelo corto invitaba a la confusión. En un primer momento no supe si era un hombre o una mujer, hecho que me hizo meter la pata hasta el fondo cuando Leonor me la presentó:
—Águeda, tengo el gusto de presentarle a Inma, te ayudará en todo cuanto desees.
Quizás porque aún estaba medio adormila, en lugar de enterarme Inma, oí Isma.
—Encantada—le estreché la mano. —¿Isma, de Ismael?
—No, inspectora—habló con un tono de voz tan dulce que en nada se correspondía con su apariencia. —Inma de Inmaculada.
—Lo siento, yo…no sabía…pensé…—balbuceé sin acertar a excusarme con acierto.
—No se preocupe, no me molesta lo más mínimo—sonrió para restarle importancia.
No me atreví a hablar mientras Inmaculada me llevaba en el coche patrulla hasta el chalet donde habían encontrado el cadáver por miedo a volver a cagarla. No quería dar la impresión de tener prejuicios cuando siempre he sido una persona abierta de mente. Fue ella quien tomó la palabra para darme detalles del informe que tan siquiera había sido capaz de comenzar a leer. Comenzó dándome detalles de la ubicación del domicilio de la víctima: Vistahermosa, la urbanización más cara de la ciudad. Haciendo un símil se podría decir que era La Moraleja del Puerto de Santa María, e incluso me atrevería a decir que incluso más cara por estar cerca de la playa. Una casa allí costaba de media: riñón y medio. Un vulgar proletario no podía tan siquiera ni soñarla. Sin duda la zona era para gente VIP. La mayoría del vecindario eran o bien aristócratas, empresarios de éxitos, o algún que otro artista deseoso de poder pasar un par de meses alejados de las grandes urbes.
Dos agentes custodiaban el chalet situado en la calle Altair, una casa enorme a poca distancia de la playa. Aunque si algo realmente me impresionó fue ver el interior. Me quedé alucinada al ver como absolutamente todas las paredes estaban recubiertas con placas de hachís.
—Y como en el cuento, esta es la “particular” Casita de Chocolate” del Puerto de Santa María—dijo riendo la agente Manteca y hasta con cierto orgullo al verme boquiabierta.
—¿Sabemos si esto estaba así de antes? —me interesé mientras sacaba del bolso mi cuaderno de anotaciones.
—Lo dudo.
—¿Y cómo es que no lo han retirado ya?
—La comisaria pidió que se dejase tal cual para que usted lo viese tal como estaba todo, y como el juez no puso impedimento. ¿Me va a decir usted que no es original? —quiso tener mi aprobación.
—Sin duda es original, pero no estamos precisamente aquí para valorar eso—corté todo atisbo de broma alrededor del lugar del crimen. —¿A quién pertenece el chalet?
—Si mal no recuerdo este casoplón era de Manolín.
—Agente Manteca…
—Llámeme Inma, por favor—me interrumpió.
—Está bien, Inma, para usted ese tal Manolín debe de ser muy conocido, pero con esos datos yo no puedo trabajar—le advertí.
—¡¿Cómo no puede usted conocer a Manolín? Manolín es el mejor jugador de todos los tiempos que ha jugado en el Betis. Si hasta marcó un golazo, que nos anularon en aquel mundial que perdimos por culpa del árbitro aquel…—se llevó las manos a la cabeza simulando sorpresa.
—Desconozco los pormenores del balompié—le corté. —¿Fue ese tal Manolín la víctima?
—No, su padre. Era él quien vivía aquí desde que se divorció de su mujer—respondió molesta.
—¿Tenía alguna clase de relación con el mundo de las drogas? —señalé hacia las placas de hachís que decoraba las paredes.
—¡Pregunta usted mucho!
—En eso consiste mi trabajo. Sin esas preguntas no tengo datos sobre los que investigar—repliqué siendo yo quien se empezaba a molestarse con aquella actitud displicente de Manteca.
—A riesgo de caerle aún peor—dijo con sarcasmo. —Tal vez si se hubiese leído el informe, no sería necesario que fuese yo quien le contestase a esa pregunta.
¿Sabéis como uno se siente cuando te han dado un golpe sin necesidad de mover las manos? Si lo habéis padecido alguna vez sabréis como me sentí. Sentí rabia. No todos los días alguien a quien acabas de conocer te reprende de tal forma. No repliqué porque la agente Manteca llevaba toda la razón del mundo. La culpa era mía primero por no haber leído el informe, el sueño no es excusa para una profesional como yo, y segundo por aceptar la invitación de ir a la escena de un crimen sin tener ni puñetera idea de que iba el tema.
Pese a no haber replicado, mi cara debía de decirlo todo, porque rápidamente Inma se excusó:
—Siento haber sido tan brusca. Tal vez no han sido las formas más adecuada de dirigirme a una superior, inspectora. Si le he dicho lo del informe no ha sido con ánimo de ofenderla, sino más bien porque hay muchos datos que desconozco y no quisiera meter la pata—se excusó con la mirada baja.
—No tiene por qué excusarse, lleva toda la razón del mundo. La culpa es mía—acepté sin tapujos mordiéndome el labio, pues el cambio hormonal del embarazo me pedía llorar a moco tendido. —Antes de macharnos indíqueme la habitación donde se halló el cadáver.
Me indicó un cuarto de baño situado en el piso superior del chalet. Cuando entré me topé con la escena del crimen intacta, (era como si tan siquiera hubiesen pasado los de la policía científica). A excepción del cadáver, que habría sido llevado al Instituto de Medicina Legal de Cádiz, todo continuaba como si el asesino se hubiese ido hacía menos de cinco minutos. Un enorme gancho, similar al usado por los carniceros para colgar las piezas de carne, colgaba justamente encima de la bañera. No me costó deducir que de aquel gancho había sido colgada la víctima mientras se desangraba como si fuese un cochino. Según pude comprobar más tarde por foto, la sangre de la víctima apenas llenó la bañera, (lo suficiente para lavarse los pies), pues lejos de lo que muchos creen apenas contamos con más de siete litros en el cuerpo.
Aunque traté de evitarlo, una fuerte arcada me hizo girarme sobre el lavabo para expulsar todos los churros y el chocolate que me había metido entre pecho y espalda. No me había vuelto más susceptible a las imágenes de sangre, simplemente el embarazo me había revolucionado todo el cuerpo. Finalmente resultó que hasta me vino bien vomitar, no por el hecho de vaciar el estómago, que también, sino porque justo al lado del grifo del lavabo hallé algo que posiblemente los de científica habían pasado por alto: un hueso que a simple vista parecía la falange de un dedo.

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