Tengo serias dudas sobre si me sorprendió más conocer
la escena del crimen, un lujoso chalet situado en una urbanización de clase
alta, o a Manteca. La agente Manteca, porque aunque suene más a mote típico de
la gente de sur este era su apellido, era una mujer impresionante. Con su metro
ochenta y siete de puro músculo me hizo sentir minúscula. No había ni un ápice
de grasa en todo su cuerpo. Además, su aspecto andrógino acompañado de un corte
de pelo corto invitaba a la confusión. En un primer momento no supe si era un
hombre o una mujer, hecho que me hizo meter la pata hasta el fondo cuando
Leonor me la presentó:
—Águeda, tengo el gusto de presentarle a Inma, te
ayudará en todo cuanto desees.
Quizás porque aún estaba medio adormila, en lugar de
enterarme Inma, oí Isma.
—Encantada—le estreché la mano. —¿Isma, de Ismael?
—No, inspectora—habló con un tono de voz tan dulce que
en nada se correspondía con su apariencia. —Inma de Inmaculada.
—Lo siento, yo…no sabía…pensé…—balbuceé sin acertar a
excusarme con acierto.
—No se preocupe, no me molesta lo más mínimo—sonrió
para restarle importancia.
No me atreví a hablar mientras Inmaculada me llevaba
en el coche patrulla hasta el chalet donde habían encontrado el cadáver por
miedo a volver a cagarla. No quería dar la impresión de tener prejuicios cuando
siempre he sido una persona abierta de mente. Fue ella quien tomó la palabra
para darme detalles del informe que tan siquiera había sido capaz de comenzar a
leer. Comenzó dándome detalles de la ubicación del domicilio de la víctima:
Vistahermosa, la urbanización más cara de la ciudad. Haciendo un símil se
podría decir que era La Moraleja del Puerto de Santa María, e incluso me
atrevería a decir que incluso más cara por estar cerca de la playa. Una casa
allí costaba de media: riñón y medio. Un vulgar proletario no podía tan
siquiera ni soñarla. Sin duda la zona era para gente VIP. La mayoría del
vecindario eran o bien aristócratas, empresarios de éxitos, o algún que otro
artista deseoso de poder pasar un par de meses alejados de las grandes urbes.
Dos agentes custodiaban el chalet situado en la calle
Altair, una casa enorme a poca distancia de la playa. Aunque si algo realmente
me impresionó fue ver el interior. Me quedé alucinada al ver como absolutamente
todas las paredes estaban recubiertas con placas de hachís.
—Y como en el cuento, esta es la “particular” Casita
de Chocolate” del Puerto de Santa María—dijo riendo la agente Manteca y hasta
con cierto orgullo al verme boquiabierta.
—¿Sabemos si esto estaba así de antes? —me interesé
mientras sacaba del bolso mi cuaderno de anotaciones.
—Lo dudo.
—¿Y cómo es que no lo han retirado ya?
—La comisaria pidió que se dejase tal cual para que
usted lo viese tal como estaba todo, y como el juez no puso impedimento. ¿Me va
a decir usted que no es original? —quiso tener mi aprobación.
—Sin duda es original, pero no estamos precisamente
aquí para valorar eso—corté todo atisbo de broma alrededor del lugar del
crimen. —¿A quién pertenece el chalet?
—Si mal no recuerdo este casoplón era de Manolín.
—Agente Manteca…
—Llámeme Inma, por favor—me interrumpió.
—Está bien, Inma, para usted ese tal Manolín debe de
ser muy conocido, pero con esos datos yo no puedo trabajar—le advertí.
—¡¿Cómo no puede usted conocer a Manolín? Manolín es
el mejor jugador de todos los tiempos que ha jugado en el Betis. Si hasta marcó
un golazo, que nos anularon en aquel mundial que perdimos por culpa del árbitro
aquel…—se llevó las manos a la cabeza simulando sorpresa.
—Desconozco los pormenores del balompié—le corté. —¿Fue
ese tal Manolín la víctima?
—No, su padre. Era él quien vivía aquí desde que se divorció
de su mujer—respondió molesta.
—¿Tenía alguna clase de relación con el mundo de las
drogas? —señalé hacia las placas de hachís que decoraba las paredes.
—¡Pregunta usted mucho!
—En eso consiste mi trabajo. Sin esas preguntas no
tengo datos sobre los que investigar—repliqué siendo yo quien se empezaba a
molestarse con aquella actitud displicente de Manteca.
—A riesgo de caerle aún peor—dijo con sarcasmo. —Tal
vez si se hubiese leído el informe, no sería necesario que fuese yo quien le
contestase a esa pregunta.
¿Sabéis como uno se siente cuando te han dado un golpe
sin necesidad de mover las manos? Si lo habéis padecido alguna vez sabréis como
me sentí. Sentí rabia. No todos los días alguien a quien acabas de conocer te
reprende de tal forma. No repliqué porque la agente Manteca llevaba toda la
razón del mundo. La culpa era mía primero por no haber leído el informe, el
sueño no es excusa para una profesional como yo, y segundo por aceptar la
invitación de ir a la escena de un crimen sin tener ni puñetera idea de que iba
el tema.
Pese a no haber replicado, mi cara debía de decirlo
todo, porque rápidamente Inma se excusó:
—Siento haber sido tan brusca. Tal vez no han sido las
formas más adecuada de dirigirme a una superior, inspectora. Si le he dicho lo
del informe no ha sido con ánimo de ofenderla, sino más bien porque hay muchos
datos que desconozco y no quisiera meter la pata—se excusó con la mirada baja.
—No tiene por qué excusarse, lleva toda la razón del
mundo. La culpa es mía—acepté sin tapujos mordiéndome el labio, pues el cambio
hormonal del embarazo me pedía llorar a moco tendido. —Antes de macharnos
indíqueme la habitación donde se halló el cadáver.
Me indicó un cuarto de baño situado en el piso
superior del chalet. Cuando entré me topé con la escena del crimen intacta,
(era como si tan siquiera hubiesen pasado los de la policía científica). A
excepción del cadáver, que habría sido llevado al Instituto de Medicina Legal
de Cádiz, todo continuaba como si el asesino se hubiese ido hacía menos de cinco
minutos. Un enorme gancho, similar al usado por los carniceros para colgar las
piezas de carne, colgaba justamente encima de la bañera. No me costó deducir
que de aquel gancho había sido colgada la víctima mientras se desangraba como
si fuese un cochino. Según pude comprobar más tarde por foto, la sangre de la
víctima apenas llenó la bañera, (lo suficiente para lavarse los pies), pues
lejos de lo que muchos creen apenas contamos con más de siete litros en el
cuerpo.
Aunque traté de evitarlo, una fuerte arcada me hizo girarme
sobre el lavabo para expulsar todos los churros y el chocolate que me había
metido entre pecho y espalda. No me había vuelto más susceptible a las imágenes
de sangre, simplemente el embarazo me había revolucionado todo el cuerpo.
Finalmente resultó que hasta me vino bien vomitar, no por el hecho de vaciar el
estómago, que también, sino porque justo al lado del grifo del lavabo hallé
algo que posiblemente los de científica habían pasado por alto: un hueso que a
simple vista parecía la falange de un dedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario