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sábado, 10 de noviembre de 2018

Un diagnóstico inesperado (CAPÍTULO 1 DE ERASE UNA VEZ. EL PUERTO CONECTION)


No hay nada peor que vomitar sobre una de las pruebas más importantes de un crimen, o para ser más exacta tendría que decir: hacerlo sobre el cadáver de la víctima para saber que tu vida va a cambiar de forma radical. En un primer momento no le di mayor importancia pese a que jamás en mi carrera como criminóloga había dado tan siquiera una leve arqueada, lo achaqué a la extraña mezcla que hice en el desayuno: café con torreznos, un extraño capricho matutino que había tenido ese día. El problema vino cuando durante casi un mes y medio esas mismas nauseas se repitieron a primera hora de la mañana. Rápidamente saltaron las alarmas. En mi familia los problemas estomacales estaban a la orden del día; mi padre desde que yo tenía uso de razón había padecido de hernia de hiato. Además, si a eso le añadía una dieta rica en fritos y tapitas, una alimentación adquirida desde que por motivos personales, (pillé a mi novio tirándose a mi mejor amiga), pedí el traslado laboral desde la comisaría de mi ciudad, Salamanca, a la de Cádiz, la tragedia estaba servida. Finalmente tras tanto sufrir para integrarme en la forma de vida andaluza, el Sur iba a acabar con mi salud.
Cuando volví a tener cita con mi médico de atención primaria para conocer los resultados de las pruebas que anteriormente me había mandado, comprobé como tras revisar hasta en un par de ocasiones las analíticas de sangre y de orina, se dirigía a mí con tono socarrón. Por lo visto la enfermedad que padecía  duraba una media de cuarenta semanas, semana arriba, semana abajo. A riesgo de parecer tonta, le pedí que me explicase qué clase de enfermedad de tipo gástrica duraba tanto tiempo y si se debía a un proceso vírico, aunque yo solo había oído hablar de procesos de no más de veinticuatro horas. Ante mi comentario el médico respondió con una risotada. Mi gesto se torció, no era normal que se tomase mis vómitos a pitorreo, aunque no llegué a decir nada. Siempre he sido una pusilánime. Aun así el médico captó mi malestar y se disculpó aunque inmediatamente siguió empleando eso que en Cádiz se denomina “guasa” para decir que se está bromeando, y trató de tranquilizarme diciendo que mi enfermedad era benigna, pese a que había quien no se lo tomaban demasiado bien, y que el efecto más significativo era el aumento considerable de la zona abdominal. Mi cara debía de ser un poema porque seguía sin comprender absolutamente nada de lo que me decía.
—¿A ver si va a ser necesario que té haga un croquis para que te enteres?—inquirió sin perder la sonrisa de los labios.—Estás preñada, embarazada, o qué te han dejado el grumo dentro, como quieras decirlo.
Una ensalada de sensaciones se apoderó en un momento de mi cuerpo. Tuve frío, miedo, vértigo y otras sensaciones a la vez difíciles de explicar. Primero, me llevé las manos a la cabeza y luego al vientre como si no acabase de dar crédito. Después lloré como una tonta sin poder remediarlo, y a continuación, grité cosas incoherentes, necesitaba soltar adrenalina, no todos los días una se entera de que se está embarazada, más cuando no tenía ni la más mínima sospecha de que pudiese estarlo.
No sé si porque se apiadó de mí, o bien porque tenía ganas de sorna, quien sabe, el médico me puso una mano en el hombro antes de comentarme:
—Estar embarazada tampoco es el fin del mundo, mujer, lo peor viene después cuando tienen cuarenta y dos años y no logras echarlos de casa como me pasa a mí.
Obvié el comentario porque en aquel momento mi mente estaba en otro lado. No podía dar crédito a que estuviese embarazada. No entendía como una vida estaba creciendo en mi interior en aquel momento, más cuando las probabilidades jugaban en mi contra, pero nunca había tenido en cuenta de que la maldita ley de Murphy siempre aparece en mi vida para jugar el partido en el equipo titular. Yo soy gafe. Mi lema debería de ser “si algo puede salir mal, no dudes, Águeda, que saldrá, no te quepa la menor duda”. También debo admitir que durante los tres últimos meses apenas había prestado atención a mi menstruación al estar tan involucrada en resolver el caso de ámbito nacional conocido por la prensa como “Las Muertes del Asesino en Serio”. Además, quien se iba a pensar que mi pareja, (¿o más bien debería de decir ex pareja?) fuese a dar en la diana, sobre todo teniendo en cuenta que nuestros encuentros sexuales no eran muy habituales, no por mí, yo siempre me he considerado un volcán, sino más bien por las reticencias de él. Nuestros encuentros amorosos debían estar previsto con antelación, lo que yo medio en broma medio en serio llamaba “sexo de agenda”, pues según Enrique, nombre del susodicho y además escritor para mayor desgracia, la pasión descontrolada respondía a la visceralidad animal que nada tenía que ver con el amor y restaban humanidad a la pareja. Muy poético y filosófico, pero con esta premisa, el número de polvo quedaban reducidos a la mínima expresión, sin olvidar que el condón era condición sine qua non. Más que fornicar parecía que estábamos representando una danza ritual donde siempre se repetían las mismas posturas, un baile de poca duración, nunca más de tres minutos, (y no exagero con el tiempo), que a mí me aburría un poco.
No obstante, siempre existe una excepción que confirma la regla, sino a santo de qué iba a estar yo embarazada, incluso puedo llegar a deciros la fecha exacta. Fue justo el día en que una prestigiosa editorial, de la cual no recuerdo el nombre, aunque de acordarme tampoco tendría porque mencionarla, lo llamó para confirmarle que iba a publicar su último trabajo: “Falocracia”, una novela basada en un caso donde yo había participado y donde tuve la desgracia de conocerle. Al principio lo tomé por un sospechoso, una vez descartado como tal lo acepté como colaborador, algo que me hizo acogerlo en mi casa, ya para entonces debería de haberme dado cuenta de sus rarezas, y finalmente se convirtió en mi pareja, (si queréis cotillear más sobre esto no tenéis más que leeros el libro). Aquella noticia lo hizo saltar de alegría, publicar con aquella editorial lo iba a devolver a la primera línea de los escaparates de las librerías, volverían hablar de él. Tan exultante estaba que me invitó a cenar al restaurante el Balandro, (he de aclarar que pagué yo aunque él prometió devolverme el dinero en cuanto cobrase los royalties). No me importó lo más mínimo tener que abonar la cena, me encantaba verle tan feliz. Además, no todas las noches se cena con vistas al océano Atlántico. Luego por los garitos situados por la Punta de San Felipe fuimos bebiendo de todo, hasta el agua de los floreros. Bebimos muchísimo. Acabamos totalmente borrachos, él más que yo. No me importó, me gustaba oírle decir que me amaba y que si volvía a ser un escritor de verdad era gracias a mí. No solo supo regalarme el oído también otras partes de mi cuerpo pues no dejó de meterme mano en toda la noche. Me puso tan caliente que no dude en llevarlo en mi coche hasta la playa de Cortadura, situada en el otro extremo de la ciudad, para dejar que me poseyese sobre el capó. El alcohol le hizo perder los estribos, me hizo el amor como jamás me lo había hecho: con pasión. Tanto me nubló su deseo que tan siquiera me percaté de que no estábamos usando ningún método anticonceptivo, aun así a la mañana siguiente pasé de tomar la píldora del día después, jamás llegué a creer que con un disparo a ciegas alguien fuese capaz de acertar en la diana, ni que mi útero pudiese ser un vergel…
Sin duda este embarazo no ha llegado en el momento más oportuno, teniendo en cuenta de que el padre de la criatura está en paradero desconocido. Un par de días más tarde, sofocado cualquier atisbo de pasión derivado de la alegría de la futura publicación, me comentó que tras reflexionarlo detenidamente había tenido una idea para una novela para la cual debía de documentarse por diferentes ciudades europeas. Quería aprovechar el tirón que suponía tendría “Falocracia” para vender un nuevo manuscrito a otra editorial. No le puse ninguna clase de impedimento, más bien al contrario, le llegué a facilitar el dinero de mis ahorros para que pudiese llevar a cabo el viaje, aquel era su trabajo. El oficio de escritor, como el de criminóloga en ocasiones te obliga a viajar para obtener datos. Pero Enrique, como aquel del chiste que fue por tabaco, no ha vuelto a contactar conmigo. Desde que lo acompañé al aeropuerto de Jerez para que tomase un avión rumbo a Londres, no he vuelto a saber de él. No seré yo quien lo llame. Ni tan siquiera para decirle que va a ser padre…
No tengo claro del todo porque decidí seguir con el embarazo, otras en mi circunstancias tal vez habrían abortado, pero creo que es mi conciencia la que me lo impide, no por una cuestión religiosa, sino más bien porque siempre he tratado de ser consecuente con mis actos: si no había tomado las precauciones suficientes debía de acarrear con las consecuencias. No sé si es una decisión acertada, tampoco me importa, mientras la decisión sea mía.
Si además al hecho de estar embarazada le añade otro factor estresante como es mi madre, la cosa se complica aún más. No había transcurrido ni veinticuatro horas desde que el médico me había informado de mi gestación, recibí la llamada de mi progenitora. A priori no había nada de especial que me llamase, lo hacía a diario para saber si había comido correctamente y para saber si me había cambiado de mudas no fuese hacer que algún día me pasase algo y lo servicios sanitarios me fuesen a encontrar con las bragas sucias, solo que en aquella ocasión la voz de mi señora madre, doña Elvira, sonó diferente. En un primer momento pensé en ese sexto sentido de las madres para saber cuándo a sus hijos les pasa algo, (aún no me había atrevido a informarle de nada), sin embargo aquella hipótesis se vino abajo al instante cuando me dijo con estas palabras exactas:
—Hija mía, no sé si tendrás mucho espacio en tu casa, pero si no lo tienes más vale que vayas buscando hueco allí porque me voy para allá un tiempo.
—¿Ha sucedido algo?—pregunté preocupada.
—Águeda, hija, hay gente que nace, otras que mueren, y otras que se divorcian…y tu padre y yo nos vamos a divorciar—dijo como si hablase de los precios de la fruta en el mercado.
—¿Y eso? ¡Debe de haber algún tipo de solución!—dije en estado de shock.
—Tal vez los años han apagado la pasión, la rutina…vete tú a saber. Pero será mejor que te lo explique cuando llegué allí dentro de una semana.
—¿Pero cómo te vas a venir para acá? Mamá, aquí en mi apartamento de San Fernando apenas tengo sitio para mí.
—Para una madre siempre hay un hueco, o tal vez podrías alquilar otro piso más grande para vivir tranquilita las dos.—Su voz no dejaba lugar a duda, venía sí o sí.
—De acuerdo, me tienes que dar más tiempo…Además yo también tengo noticias que darte…—dudé por un momento si la mejor forma de contarle que iba a ser abuela era por teléfono.
—Pues ya me lo cuentas en cuanto llegué—apremió sin darme posibilidad alguna de añadir nada.—Necesito un cambio, Águeda, y lo primero va a ser encontrar un novio andaluz—dijo a modo de despedida.
De esta guisa, con un embarazo inesperado, una mudanza a la vista, y una madre con ganas de ligar, fue como Paco, mi superior, el comisario de Cádiz, me informó de que me destinaban al Puerto de Santa María para resolver un extraño caso.
—No sé si voy a poder ayudarte. Estoy planteándome cogerme una excedencia—le comenté.
—¿No puede esperar a otro momento? Este caso es sin duda de lo más embarazoso.
Aquellas palabras me sentaron mal. Si no fuese porque los médicos deben de mantener la confidencialidad  hubiese dicho que el mío le había dicho algo al comisario. Paco nunca ha sido de utilizar los términos a la ligera.
—De acuerdo, no le dejaré en la estacada—acepté simulando una sonrisa. Nuevamente mi carácter pusilánime. Debía de aprender de una puñetera vez a decir que no.—Dígame de que se trata....
—Será mejor que se lo digan en su nuevo destino, porque seguramente si se lo digo yo me dirán que ya te ido con el cuento—me interrumpió con una sonrisa satisfecha en los labios.

2 comentarios:

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  1. Con la ayuda de un hombre llamado Dr.Ogbes pude quedar embarazada. Tengo 56 años de edad, fue muy difícil para mí quedar embarazada, aunque mi esposo me ama, pero realmente me dolió no tener mi propio hijo, pero después de muchos años me encontré con el Dr. Agbes cuya dirección de correo electrónico es Landofanswer@hotmail.com o puede contactarlo directamente en su número de teléfono +2347050270227. Me dijo que me enviaría unas Hierbas para que las bebiera, y que quedaría embarazada una semana después de las Hierbas. Tengo 7 meses de embarazo y también me gustaría Aconseje a todos los que busquen ayuda para quedar embarazada que se pongan en contacto con este hombre a través de su dirección de correo electrónico en Landofanswer@hotmail.com o llamen a su número de teléfono celular +2347050270227.

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  2. Con la ayuda de un hombre llamado Dr.Ogbes pude quedar embarazada. Tengo 56 años de edad, fue muy difícil para mí quedar embarazada, aunque mi esposo me ama, pero realmente me dolía no tener mi propio hijo, pero después de muchos años me encontré con Dr.Ogbes cuya dirección de correo electrónico es Landofanswer@hotmail.com o lo contactan directamente en su número de teléfono celular +2347050270227, me dijo que me enviará unas hierbas para que beba, y que quedará embarazada una semana después de beberlas. Ahora estoy embarazada de 7 meses y también me gustaría aconseje a todas las personas que buscan ayuda para quedar embarazadas que se comuniquen con este mismo hombre a través de su dirección de correo electrónico en Landofanswer@hotmail.com o llámelo a su número de teléfono celular +2347050270227.

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