CAPÍTULO 2
Bostecé hasta en cinco ocasiones mientras observaba el
edificio donde se situaba la comisaría del Puerto de Santa María, un edificio
eminentemente funcional como debía de ser el cuerpo nacional de policía. Desvié
la mirada en busca de un bar donde poder tomarme un café que me espabilase.
Apenas había podido descansar. Primero porque no podía conciliar el sueño por
los nervios del embarazo, aún me costaba asimilar que iba a ser madre, y luego
porque viendo que la noche iba a ser larga, estuve indagando por internet en
busca de casas para alquilar. Además para colmo el rastreo de pisos en San
Fernando fue inútil. Los precios estaban por las nubes, más teniendo en cuenta
de que necesitaba un piso de tres habitaciones, una para mí, otra para la criatura
que estaba en camino y otra para mi madre, pues si algo tenía era que no deseaba compartir ni la habitación ni la
cama con ella, si algo recordaba de pequeña, era cuando alguna noche dormía a su lado me levantaba con el cuerpo abatido
porque no dejaba de moverse ni un minuto.
Estaba muerta. Por una cosa u otra si había logrado
pegar ojo más de veinticinco minutos se podía considerar un éxito. Es más,
cuando sonó el despertador maldije mi estampa hasta en siete ocasiones. Me
enfadé conmigo por haber aceptado aquel nuevo caso del que aún nada sabía. Pero
ya no había solución.
Entre las diferentes opciones de bares que me ofertaba
el entorno me decidí por uno que hacía esquina con una enorme terraza llamado
“La Ponderosa. Nada más sentarme me volví a enfadar al recordar que no podía
tomarme un café, la cafeína está prohibidísima para las embarazadas, así que
pensé en tomarme un vaso de leche con cacao, si me concentraba lo suficiente
lograría crear un efecto placebo que me hiciese creer que aquella bebida me
despertaría. Cambié rápido de opinión al ver pasar a un camarero cerca de mí
con una bandeja repleta de chocolate caliente y churros recién hechos. Comencé
a babear como lo habrían hecho los perros de Pavlov al oír la campana. Nada más
pasar una camarera por mi lado le tomé del brazo para hacerle el pedido, justo
lo mismo que acababa de ver pasar por mi lado. Tal vez la forma de pedirlo le
hizo gracia a la mujer que no trató de disimular una sonrisa. No me importó lo
más mínimo. En un instante había sentido la necesidad de mojar los churros en
el chocolate y engullirlo como si no hubiese un mañana. No sabía si era por una
cuestión hormonal, lo que suelen llamar “antojos” en el embarazo, por el
abandono de mi pareja, o por la futura aparición de mi madre, o vete a saber,
pero yo tenía claro que deseaba desayunar.
Me sonó el teléfono mientras devoraba los churros como
si no hubiese comido en años. Respondí con la boca llena, no tenía intención de
dejar de degustar aquella delicia. Debo de admitir que a mi interlocutora, la
comisaria del Puerto de Santa María, le costó entenderme. Menos mal que la
conversación no duró mucho, básicamente me emplazaba en aquel mismo bar donde
me hallaba para hacer una primera toma de contacto, algo más informal y menos
reglado, o como dijo ella “algo menos
encorsetado”. Sin duda me encantó la idea, pues mientras me entrevistaba
con quien iba a ser mi superior podría pedirme otra ronda de churros pues de la
primera que había pedido apenas quedaba nada.
—¡Veo que le han gustado los churros de aquí!—dijo
la comisaria con una sonrisa a modo de
saludo al ver como engullía los churros mientras un poco de chocolate se
deslizaba por mi barbilla.
Fue entonces cuando fui plenamente consciente de que
estaba comiendo como una autentica gorrina. Hasta entonces no había parado de
comer ni para tomar aire. Me sentí avergonzada. No existen segundas
oportunidades cuando se habla de primeras impresiones, y la que se habría
llevado mi superior sería la de alguien incapaz de controlarse, algo nada
recomendable para una criminóloga como yo. Sin embargo, ella pareció no darle
importancia al hecho.
—A mí también me encantan—me guiñó un ojo de manera
cómplice.—Antonio, por favor, en cuanto puedas me pones lo mismo que a ella.—se
dirigió a uno de los camareros mientras se sentaba a mi lado.
—¡Discúlpeme, habitualmente no suelo comer de forma
compulsiva!—me excusé.—Aunque no lo parezca, soy la inspectora Águeda Sarasua,
y usted debe ser la comisaria Espinas.—le estreché a mano.—Por cierto, ¿cómo ha
sabido qué era yo?
—Digamos que su comisario, mi apreciado Paco, me hizo
una breve reseña sobre usted: blanca como un choco, de aspecto formal, y con un
brillo especial en la mirada, el mismo brillo de quien espera algo—me miró
directamente a los ojos con una sonrisa dibujada en la cara.
Aquellas palabras me alertaron. Era la segunda
referencia solapada proveniente de mi comisario sobre mi embarazo. Cada vez
sospechaba más que aquel médico, al que solíamos acudir todo el cuerpo de
policía de Cádiz, era amigo suyo y no había tenido ningún reparo en contarle lo
de mi embarazo. Pese a ese detalle traté de no dar muestra de afección por
aquellas palabras. En mi mente me hice una nota mental para tratar de
esclarecer todo lo que sabía Paco.
—Por favor, llámame Leonor en lugar de comisaria
Espinas. Comisaria Espinas me hace sentir mayor—usó un tono de camaradería que
me recordó mucho a Paco, mi comisario de Cádiz, aunque era en lo único que se
parecían, pues a diferencia de él, Leonor era una mujer aunque madura bastante
atractiva, algo que se reforzaba con una ropa de vivos colores, elegante a la
par que jovial.—Y dígame, ¿lleva mucho tiempo aquí? ¿Qué le parece el Sur?
—¿Tanto se nota que no soy de aquí?
—Tanto como a mí cuando llegué al sur, aunque mi
acento hoy día parezca mucho más andaluz que el de muchos de aquí—rememoró casi
hablando para si misma.
—Yo soy natural de Valladolid aunque la mayor parte de
mi vida la he pasado en Salamanca. ¿Y usted?
—De un poco más arriba de Ponferrada. Por cierto tutéame,
deja de llamarme de usted si no quieres que me enfade—comentó guasona.—¿Y
cuéntame que te trajo al sur?—Me habló como si fuésemos dos viejas amigas antes
de dar un sorbo a su chocolate caliente.
Más allá de su cargo, Leonor Espinas daba muestras de
ser una mujer con don de gente, alguien capaz de empatizar con su prójimo y
hacerle sentir cómodo. Sin duda la primera impresión que tuve fue la de estar
ante una mujer honesta y sin dobleces. No tuve ningún pudor en responderle con
total sinceridad:
—Mi novio de toda la vida me engañó con mi mejor amiga
y necesitaba un cambio de aire. Venir al sur me ha ayudado a madurar, y aunque
muchas veces peco de ingenua, sin duda me alegro del cambio.
—Pues entonces compartimos historia. Yo me vine aquí
destinada tras romper con mi novio de toda la vida, en mi caso porque no era
factible que una agente de la ley estuviese saliendo con uno de los capos de la
drogas más importantes de la zona del Bierzo. Debo de aclarar que no me enteré
de su verdadera “profesión” hasta pasado unos años de relación. Siempre he sido
un poco ingenua.—Sonrió con su propio recuerdo. —Sentí vergüenza de volver a
comisaría sabiendo que todos me tomaban por tonta así que me vine para acá
pensando que sería algo temporal, al menos mientras los compañeros se olvidaban
de como yo no me había dado cuenta a qué se dedicaba mi novio, pero ya me ves, he acabado de comisaria del
Puerto de Santa María.
—¿Y qué le hizo quedarse?
—Podría engañarte diciendo que fue por amor, pero no
me gusta mentir, menos aún a alguien a quien acabó de conocer ahora mismo.
Nunca tuve suerte en el amor. Todas mis relaciones han sido improductivas tal
vez porque en algunos casos acabé mezclando trabajo y amor. Aquí donde me ves,
me he divorciado en dos ocasiones. Con los años te acabas dando cuenta de que
los hombres son como los pañuelos, una vez usados lo mejor es deshacerte de
ellos. Hazme caso. Si tienes novio deshacerte de él lo antes posible—comentó
con sarcasmo.—No, ahora en serio, si me quedé en el sur fue porque tras
meditarlo mucho, pensé que el mejor lugar para criar un hijo, aunque fuese de
un embarazo inesperado, es aquí.—Me miró de nuevo fijamente a los ojos.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Tragué saliva. Por
un momento llegué a creer que estaba usando mi propia historia como si fuese
propia, (que le habría narrado el chismoso de Paco, el comisario de Cádiz),
para sonsacarme si estaba embarazada. Era demasiada casualidad que la historia
de Leonor fuese casi a grandes rasgos igual que la mía aunque con varios años
de diferencia.
Continuamos hablando casi una hora sobre ambas, como
si fuésemos viejas amigas que se reencuentran tras mucho tiempo separadas sin
saber la una de la otra. Mientras que ella tiró por derroteros más personales,
yo opté por hablarle más de mi lado profesional. Le conté los diferentes casos
en los que había participado desde que me trasladé a la comisaría de Cádiz:
SERIOpata, Falocracia y el último “asesino en serio”. No sé si llegué a meter
la pata contándole que en el primer caso me enamoré del asesino, mientras que
en el otro lo hice de uno de los sospechosos, Enrique Viañas, escritor y futuro
padre de mi hijo, aunque esto último si lo obvié.
—¡Es como si hubiésemos vividos vidas paralelas! —dijo
Leonor al concluir mi narración. —Bueno, tras conocerla un poco puedo concluir
que eres, si me permites el tuteo, la persona
más idónea para este caso, ¿sabes por qué?
—No tengo ni idea—me encogí de hombros extrañada.
—Porque todo lo harás justo como lo habría hecho yo en
tu lugar—afirmó. En cierto modo aquella
frase implicaba una mayor presión. Si yo fallaba sería como si fallase la
comisaria en persona. —Ya está bien de
charla. ¡Pongámonos manos a la obra!
Tras acompañarme hasta el despacho que me había
asignado, un lugar pequeño aunque bastante funcional situado justo al lado del
de ella, me di cuenta de que hasta entonces no habíamos hablado ni una palabra
acerca del caso por el cual yo había sido destinada al Puerto de Santa María.
No le di importancia, todo lo que necesitaba saber debía de estar en los informes
que tenía colocado sobre mi mesa.
—Si necesitas cualquier cosa no tienes más que entrar
en mi despacho, tan siquiera es necesario que llames, trataré de ayudarte en la
medida de mis posibilidades. Por cierto, en cuanto termines de leer el informe,
te presentaré a la agente que te acompañará.
—Muchísimas gracias.
Sin duda el trato de la comisaria Espinas nada tenía
que ver con el trato prepotente que me había dispensado el comisario Orbaneja
cuando fui destinada a Jerez para resolver el denominado caso “Falocracia”. Tal
vez el hecho de que Leonor fuese mujer le hacía ser mucho más considerada hacia
las compañeras de su propio género, aunque ya se sabe que hay mujeres menos
considerada con las demás…
El primer intento de leer los informes quedó justamente
en eso, en un intento. Si al cansancio acumulado de la noche le añadía el
copioso desayuno, la somnolencia está servida. Apenas logré leer un par de
frases antes de que las letras bailasen ante mí. Primero apoyada en mi mano
derecha y luego dejada caer sobre la mesa, me quedé dormida como un tronco. No
fue hasta el mediodía cuando me desperté porque alguien me tocó suavemente el
hombro. Cuando abrí los ojos me encontré a la comisaria que había ido a mi
despacho para ver que tal iba. Nuevamente me sentí avergonzada. En una misma
mañana ya había cometido dos cagadas. Lejos de parecer molesta por mi siesta
mañanera, restó importancia al asunto e incluso me animó con dulzura a irme a
casa a descansar con la condición de llevarme los informes y leerlos una vez
más despejada.
—Le pido disculpas por mi falta de profesionalidad.
Una investigación no puede quedar interrumpida por la ineptitud de la
criminóloga—expuse sonrojada.
—Entre mis máximas están que para lograr buenos
resultados en esta comisaría debo de cuidar del bienestar de mis agentes, por
eso te he animado a ir a casa, pero si eso va hacer sentirte mal, quédate. No
quiero disgustarte, más en tu estado.—Estuve a punto de interrumpirle, pero
tras haberme pillado dormida en horas de trabajo, no quería comenzar una
discusión acerca de cuál creía que era mi estado.—Haremos una cosa. Si lo
deseas puedo hacer que vayas junto a Manteca a visitar el lugar donde apareció
el cadáver. Eso te resultará menos soporífero que leer ese tostón de informe.
—Esa me parece mejor idea—sonreí sintiéndome un poco menos culpable por haberme
echado aquella siesta matutina.
—Eso si le advierto, no se convierta usted en un
personaje de cuento: La Bella Durmiente, por mencionar alguna—me guiñó un ojo.
—¡¿Por qué lo dices?!—inquirí en un tono un tanto
molesto. Aquel comentario de Leonor era sin duda un sarcasmo en toda regla.
—Ya me entenderás cuando veas la escena del crimen…
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