Si la vida de Ariadna se pudiese
definir en una sola palabra era tranquilidad. Tranquilidad tanto en su forma de
vida, era una mujer atada a una rutina de la cual solo le gustaba salir para
quizás una escapada por vacaciones, pero siempre con un guión muy previsto de
lo que iba a acontecer en la misma, nada de dejar hechos al azar, como
tranquilidad en su personalidad.
Su voz suave y cálida era un símbolo
inconfundible en ella, que además le servía de mucho en su trabajo como
integradora social que ejercía en el departamento de Bienestar Social del
ayuntamiento de Jerez. Cuando alguien acudía a ella siempre salía satisfecho de
la entrevista, porque aunque no hubiese podido resolver el problema que le
comentaban, al menos sentían que había hecho todo lo posible por resolverlo. Aquella dulzura empleada le había hecho ganar tanto admiradores como detractores en su trabajo, pues algunos de sus compañeros sentían que tras aquella fachada de sensibilidad se ocultaba una mujer calculadora que usaba sus habilidades para fastidiar al resto dando una imagen despiadada del resto del personal. Pero no era así, Ariadna era un trabajadora empática que en muchas ocasiones absorbía los males de los usuarios de su recurso.
Aquel día como tantos otros se volvió a casa una vez finalizada su jornada laboral. Se sentía especialmente cansada, había tenido que acompañar a la policía a recoger a un menor en riesgo de exclusión social por un tema turbio de sus padres. Quería descansar una vez almorzara, pues no se sentía con fuerza para hacer nada en varias horas hasta no haber repuesto fuerzas.
En cuánto llego a casa encontró a su esposo sentado en la mesa de la cocina hojeando varios periódicos, mientras en el fuego una pequeña olla donde se cocía pasta estaba a punto de quemarse.
-¿No ves qué como no estés atento a esa olla no vamos a tener que comer?-le regañó con ternura antes de besarlo.
-Se me ha ido el santo al cielo.-se escudó removiendo la olla mientras seguía mirando de reojos a los diarios.
-¿Y qué es eso que te trae tan distraído?-se interesó por el tema que tanto absorbía a su pareja.
-Ya es el segundo secuestro que se sucede en menos de quince días aquí en la provincia.-le señaló la noticia recogida en diferentes rotativos.-Además siempre con la misma nota “Porta Coeli” cerca de dónde desaparecen…
-Lo hemos hablado en más de una ocasión que no debemos de traernos el trabajo a casa.-le reiteró Ariadna.
-Pero es que este suceso…-quiso hablar Javier que es como se llamaba.
-Si que muy posiblemente sería un tema perfecto para escribir una buena novela.-replicó contestando una frase aprendida durante mucho tiempo.-Pero no se me apetece discutir ahora acerca de tu intención de escribir un libro desde hace dos años y del que aún no has escrito la primera línea.
-Podrías haber evitado ser tan cruel.-se molestó Javier.-Será mejor que comamos cuanto antes.-zanjó la conversación claramente molesto.
-No era mi intención atacarte, solo es que vengo cansada y desearía echarme un rato.-quiso suavizar el ambiente aunque su habilidad no siempre le resultaba efectiva con Javier.
Javier era todo lo opuesto a ella, era nervioso, inquieto, demasiado alterable como para tratar de calmar a nadie, quizás por eso su profesión fuese la de periodista, necesitaba del movimiento para sentirse vivo. Siempre le hubiese gustado haber dedicado su labor periodística a la investigación, pero su mundo laboral se había visto reducido a trabajar en la redacción de un pequeño periódico local desde donde se dedicaba a realizar crónicas deportivas, que no es que le disgustase, pero que tampoco lo amaba, pese a que en sus escritos hacía demostrar a sus fieles lectores, que su forma de escribir era apasionada.
Una pasión por las letras que jamás había logrado plasmar en un libro, ya que pese a su habilidad con el manejo del lenguaje, no había logrado articular una trama lo bastante atractiva para dedicarse con más ahínco del que lo había intentado hasta entonces. Esta incapacidad para crear ficción le hacía frustrarse a menudo. Al principio Ariadna hacía por comprenderlo, pero conforme venía siendo habitual le comenzaba a resultar molesto, pese a que trataba de restarle importancia dentro de sus posibilidades.
Se mantuvieron en silencio durante el almuerzo, pese a que ella trataba de restablecer la conversación a través de temas banales como el tiempo, o la maestría de su esposo a la hora de realizar la pasta a la carbonara. Tan solo respondía con monosílabos absorbidos por sus propios pensamientos.
-Si no te importa me voy a echar un rato.-comentó la integradora una vez habían recogido los enseres del almuerzo.
-Yo intentaré escribir un rato.-respondió él con doble intencionalidad.
Se echó en la cama procurando no darle importancia al sarcasmo lanzado por su marido. No tardó mucho en quedarse dormida en un sueño inquieto. Dormitó mucho más de lo previsto para una siesta, pues cuando despertó comprobó en el reloj de la mesilla de noche que habían pasado tres horas.
Con los ojos aún hinchados por el largo descanso se dio cuenta de que no había nadie en la casa. Junto al ordenador de Javier una nota en la que ponía: “He tenido que salir por un trabajo imprevisto, estaré un par de días fuera”.
Al principio le extrañó porque aún quedaba varios días hasta el siguiente partido del Xerez que debería de cubrir en Elche para el diario en el que trabajaba, sin embargo recordó que Javier le había contado que el compañero que se dedicaba a cubrir las noticias de la sección del cultura andaba medio enfermo, lo que le abría la posibilidad de poder entrevistar en Madrid a José Carlos Somoza, casualmente su autor favorito, que presentaba una novela marcada por los críticos como “una innovación abocada a convertirse en un clásico”.
Al pensar en eso, no se preocupó por más, se repantigó en el sofá a ver la televisión un rato. Ya tendría tiempo luego de llamar a su esposo para saber más concretamente los detalles.
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