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viernes, 12 de abril de 2013

Una mala resaca

Cuando nos habla de alguna clases de apocalipsis, ya sea por la causa que sea, casi siempre se pasa explicar como se vivieron los primeros momentos, cuales fueron las primeras sensaciones, y como no quería dejaros con la incógnita, aquí os dejo este relato que os aclarará como se vivieron las primeras horas de la infección que sucede en la tercera puerta de mi libro "Las Puertas de las Rimas". Con esto no os destripo nada de la trama, y simplemente deseo que lo disfrutéis al menos tanto como yo al escribirlo:
A nadie de la familia de Benjamín le extrañó ver la puerta de su habitación cerrada a la una de la tarde, no era nada descabellado que el chico se levantase tarde un domingo tras haber vuelto a su casa de estar de marcha a eso de la seis de la mañana. No le dieron importancia porque habitualmente se levantaba a la once tras salir
 
El hecho empezó a ser preocupante cuando pasaban las tres y media, y aún no se había levantado para almorzar. Su madre deduciendo aquella tardanza a una considerable borrachera optó por entrar en su cuarto para recriminarle su falta de control a la hora de beber. Halló vómitos en el suelo, producto casi seguro de una posible resaca, pero cuando estuvo lo suficientemente cerca de su hijo, pudo ver como estaba rojo. Le palpó con los labios la sien sintiendo como la fiebre hacían estremecer el cuerpo de Benjamín. Alarmada llamó a su marido para pedirle el termómetro que dio la alarmante temperatura de cuarenta grados centígrados.
-Llama ahora mismo a una ambulancia  Gustavo.-apremió la mujer a su marido.-Debería de haber entrado mucho antes.-dijo entristecida mientras trataba de ponerle gasas húmedas para bajarle la fiebre mientras acudía las urgencias.
-Tranquila mujer, ahora mismo lo montamos en el coche para que le pongan una inyección que le baje la temperatura.-trató de relajar a su mujer.-Esto es una simple gripe.-apuntó mientras ayudaba a cargar el peso inerte de su hijo hacia la escaleras.
Mientras descendían en el ascensor hacia el garaje, Gustavo tuvo la sensación de notarle la cabeza un poco más hinchada, pero no dijo nada por miedo a preocupar aún más a su mujer. En menos de quince minutos traspasaban las urgencias del hospital mientras una enfermera con malos modos les enviaba hacia la sala de espera alegando que no eran los únicos que venían por algo importante, y los pocos médicos no podían dar abastos con todas los casos.
Tras varios enfrentamientos con el personal sanitario Benjamín pudo ser visto con un médico. Ya no solo tenía la fiebre elevadísima, ya pasaba de los cuarenta y un grados, sino que además los oídos comenzaron a sangrarle. El  facultativo preocupado decidió atajar primero la fiebre, le interesaba estabilizarlo antes de descubrir las casusas del sangrado, pero cuál fue su sorpresa al pincharle, que un trozo importante del brazo se desprendió como si la carne estuviese putrefacta.
-Activen el protocolo de emergencia bacteriológica.-ordenó a la enfermera mientras hacia salir del gabinete a los padres ante continuas súplicas y lamentos.
Jamás en su carrera había visto un caso así, era como una especie de lepra, pero aún así debía cotejar la valoración con otros colegas. Sin embargo mientras revisaba su vademécum, vio pese a la fiebre, a la hinchazón de la masa cerebral, al sangrado de oídos, a la putrefacción de la carne, como incomprensiblemente se levantaba.
-No debe moverse, su cuerpo está aún muy débil.-le pidió sin dar crédito a sus ojos, ojos que tampoco acabaron de dar créditos al ataque del paciente. En cuestión de minutos yacía inerte sin entender absolutamente nada…
 

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