TRIGESIMO CUARTA ENTRADA
Nunca he sido muy amante de las comidas familiares, mucho menos de las familias ajenas, pero realmente no debería decir nada, pues fui yo mismo quien la organizó, aunque nada me hacía prever el resultado, de saberlo hubiese preferido gastarme mucho dinero en una cena romántica en el más caro de los restaurante de la provincia, pero comprendía que durante aquella mala época, necesitaba el apoyo de los suyos, incluso el de su abuelo, quien se encargase de abrir la caja de los truenos. No quiero adelantarme y os contaré como sucedió todo:
Con la ayuda de mis suegros logré que se llevarán a Marian un par de horas con la excusa de que se comprará algo de ropa, tiempo que aproveche para ponerme a cocinar. Debo reconocer que lo mio no es precisamente las artes culinarias, razón por la que el pollo en salsa que intenté hacer saliese algo quemado, pero aún así era comestible, o al menos nadie protestó.
Aproveché para recoger a sus abuelos tras comprar algo de vino, por mi hubiese puesto unos refrescos, o agua, pero sabía del gusto exquisito de mi familia política. Una vez en casa de sus abuelos, tuve que esperar más de media hora antes de que pudiesemos salir, ya que la abuela no se decidía por una falda o por otra, y es que las mujeres aunque pasen los años, no cambian.
Añadir además que los problemas de prostata del anciano Rafael, nos hizo retrasarnos un poco más, pues justo cuando estabamos cerrando la puerta de la casa le entró ganas de orinar. Le animé a que llegaríamos en cuestión de minutos a mi casa, pero le trajo sin cuidado, él deseba orinar en su casa y nada ni nadie se lo iba a quitar de la cabeza. Como colofón, o mejor dicho colmo, no contento, decidió por su cuenta ponerse a buscar un album familiar de fotografías. Por si no fuese suficiente ya con las clásicas anécdotas que se cuentan, este señor quería reforzarla con elementos físicos como la fotografía. Durante todo el tiempo que llevaba con Marian, ya había escuchado decenas de veces la vez que ella se cayó en un charco, o cuando mi suegro siendo niño le dieron unas ánginas de pecho que pensaban que se morían. Todos rien o se emocionan recordando pero es que yo por mucho que lo repitan, no lo voy a encontrar más novedoso.
Sin embargo la primera parte de la cena se desarrolló con tranquilidad charlando sobre temas banales, y sobre todo habiendo logrado la sonrisa de Marian. Estaba plena de felicidad ya que estaba reunida gran parte de su familia en pleno: sus abuelos, sus padres, su hermano, además de una tía suya junto a su marido y su hijo, un hermoso bebe de apenas cinco meses con el cual a mi pareja se le caía la baba. Marian es una enamorada de los niños. A raiz de las carantoñas que ella le hacía al pequeño, salió durante el postre el tema espinoso por antonomasía em todas las comidas:
-¿A ver cuándo os pensáis casar que ya tenéis edad?-lanzó la pregunta la abuela más dirigida a mi que a su nieta.-A este paso en lugar de hijos le darás nieto.
-Aún es pronto.-respondió Marian queriendo lidiar el temporal.
-Los hijos no se pueden tener tan mayor que sino nacen tontos.-comentó de manera desagradable el abuelo.
-No estar casados no significa no poder hijo.-medié yo ante la aprobación de mi pareja.
-Además, casarse para gastar dinero en que la gente coma y beban, es preferiblen que se lo ahorren para darme un nieto.-metió baza mi suegra.
-Dejad a los chicos tranquilos. Ellos sabrán lo que hace.-medió el padre con acierto.-¿No hay nadie que me eche una copa?-pidió riendo para evitarme el bochorno de dar más explicaciones.
Durante la velada mientras tomabamos copas, las charlas fueron encaminándose por derroteros habituales, pues como dije antes comienza el rosario de anecdotas, en esta ocasión hablaron de una menos usada, y es cuando Marian de pequeña, casi un bebe, la dejaron sola en el salón junto a una cajita de pastilla juanolas, formó un charco de babas negras por donde casi se podía patinar, aunque lo más divertido de todo es que la acababan de duchar.
Aprovechando la cobertura de los momentos para el recuerdo, el abuelo sacó a colación el album de fotos que traía consigo. No tenían un orden cronológico claro, lo mismo se mezclaban las fotos de la boda de mis suegros con las suyas propias que la de la comunión de mi cuñado.
Pero el efecto devastador llegó cuando mi pareja se fijo en una de las fotos amarillentas que se hallaba al final de las últimas páginas: una mujer muy maquillada portaba de manera orgullosa a un niño pequeño en brazos, mientras que tras ella un grupo de mujeres mulatas se mostraban arrodilladas en actitud sumisa. Nada más reconocer a la mujer como la de sus pesadillas cayó desmayada...
No estoy preocupado ahora mismo por ese detalle sino por hacer que Marian vuelva a casa conmigo, quizás no debería haber hablado tanto...
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