Jamás hubiese imaginado que quien me iba a visitar se tratase de mi jefe inmediato, ese maldito usurero sin escrúpulos que parece haber disfrutado al verme en tal circunstancia. La entrevista comenzó con un tono cordial en el que lamentaba “de manera sincera” mi ingreso, y que la plantilla de la oficina, él en su nombre, me querían hacer llegar su más total apoyo. ¡Hipócrita!
Tras el pertinaz paquete de cumplidos diplomáticos paso a relatarme el motivo real de su visita, por el cual tenía dos noticias que darme, como en los chistes, una sería buena y la otra mala. Como todo el mundo preferí escuchar las nuevas positivas, aunque a la vista de lo que me vino a decir tampoco resultaron ser de lo más agradable.
-El consejo de administración de nuestro banco totalmente consagrada a sus trabajadores ha decidido, en el caso de que ha usted señor Choquet le sea otorgada una incapacidad permanente desea hacerse cargo de los gastos que acarrearía su enfermedad tales como psiquiatras, terapeutas, centros especializados, y demás relacionados con su enfermedad.-relató de la manera más formal que puso pero parecía disfrutar el muy cerdo ante la posibilidad de verme impedido.
-¿Pues si esa es la buena cual es la mala?-contesté procurando demostrar la mayor de las indiferencias.
-La mala noticia no es otra que nuestra entidad piensa retirarle el crédito hipotecario para la compra de su casa.-contestó sin afectarle lo más mínimo mi indiferencia.-Debe usted comprender que en el hipotético caso de que le atribuyan una pensión no podrá hacer frente a los gastos, o en el caso de que pueda continuar con su trabajo, es posible que tenga usted periodos de bajas en los que cobrara menos...-expusó a modo de justificación.
Oír aquellas palabras dichas de manera tan fría me hizo perder los estribos. Siempre he sido una persona socegada, pero aquel ataque hacia mi persona en toda regla era injustificable. No solo me dolía perder la casa por la que tanto había luchado, ese lugar idílico donde vivir con Marian, sino que se me diese ya por inútil dando por hecho casi con toda seguridad mi incapacitación.
-Eres un mierda.-me abalancé sobre el tipo tomándole por el cuello de la chaqueta propinándole un par de sonoros bofetones.
No tardaron mucho tiempo en acudir un grupo de fornidos celadores al auxilio de los gritos de aquella rata. Me redujeron mientras el psiquiatra de guardia ordenaba a una enfermera inyectarme un tranquilizante. Sin duda este incidente alargará mucho más de lo esperado mi encierro, pero la sangre me hervía ante aquel buitre carroñero.
He pasado tres días amarrado a la cama de mi habitación hasta que han decidido que ya no era un peligro. De momento no tengo más ganas de seguir escribiendo, tan solo anhelo el momento de poder ver a Marian y sentir su cálido abrazo....
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